Una villa en la Toscana | Crítica

Pastelito toscano

Una imagen de la película.

Una imagen de la película.

Se atribuye a Goebbels la frase "cuando oigo la palabra cultura echo mano a mi pistola" (en realidad debida al escritor nazi Hanns Jost) que Jean-Luc Godard puso cínicamente en boca del productor de cine de El desprecio con una leve variante: "cuando oigo la palabra cultura saco mi talonario". Pues bien, cuando oigo la palabra Toscana asociada a una película no saco mi pistola, por supuesto, ni mi talonario (para el precio de la entrada no es necesario), pero sí me cargo de sospechas y prejuicios en casi todos los casos resueltas en certezas y juicios confirmados. Si la película, para colmo, es de producción inglesa o americana, las sospechas y los prejuicios se multiplican y las posibilidades de que lo peor se confirme se acrecientan.

La Toscana como refugio de sensibles espíritus anglosajones más o menos intelectuales y creativos que en ella se encuentran a sí mismos -además de adiestrarse en el conocimiento de los vinos y dar con el siempre escurridizo sentido de la vida- es un mal que ha producido algunas de las películas más pretenciosas y cursis que haya visto, una mezcla perversa de diseño, psicología y enología. Baste recordar, con un estremecimiento, Belleza robada, Bajo el sol de la Toscana, En un rincón de la Toscana o Cartas a Julieta.

Una villa en Toscana avisa desde su título español (el original es Made in Italy: se comprende que el distribuidor confió en el gancho toscano). Liam Neeson es -¡cómo no!- un artista inglés que tras la muerte de su esposa viaja con su hijo a la villa del título para restaurar, a la vez, la casa y su relación. Y hacer duelo, por supuesto. El joven intérprete Micheál Richardson es en la vida real hijo de Neeson y también huérfano de madre (la actriz Natasha Richardson, hija del director Tony Richardson y la actriz Vanessa Redgrave). Esta coincidencia, forzada o no, no da más vigor y autenticidad dramática a esta típica película de amor (pegajoso), dolor (de diseño) y belleza (de postal) en la Toscana. Dirige James D'Arcy, actor de cine (Las hijas del Reich, Vengadores: Endgame, Dunkerque) y sobre todo de televisión (Das Boot, Homeland, Broadchurch) que con esta cosita debuta como director. 

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