Batalla sin honor ni humanidad

Warfare: Tiempo de guerra | Crítica

Una imagen del filme de Alex Garland y Ray Mendoza.
Una imagen del filme de Alex Garland y Ray Mendoza.

La ficha

*** 'Warfare: Tiempo de guerra'. Bélico, EEUU-RU, 2025, 95 min. Dirección y guion: Alex Garland y Ray Mendoza. Fotografía: David J. Thompson. Intérpretes: Will Poulter, Cosmo Jarvis, Kit Connor, Finn Bennett, Taylor John Smith, Michael Gandolfini.

Si Civil war anunciaba una distopía política factible en pleno corazón estadounidense, la nueva película (bélica) de Alex Garland (asesorado y acompañado en las labores de escritura y dirección por Ray Mendoza, uno de los protagonistas de la historia) se asienta ya sobre los hechos reales, la memoria (colectiva) y la Historia reciente con una doble voluntad de fidelidad a los acontecimientos y homenaje a los que los protagonizaron, un puñado de soldados del ejército norteamericano destinados en Irak en 2006.

Warfare se parte en dos para acompañar primero el despliegue y la tensa espera de un pelotón de Navy SEALs en una casa de un barrio residencial de la ciudad de Ramadi, y despertar luego de su calma chicha a golpe de bomba, estruendo y asedio continuo y descarnado por parte del invisible enemigo yihadista. Lo que en la primera parte es tiempo (muerto) y dilatación, procedimiento técnico y control del lugar, en la segunda deviene estallido del caos, grito, miedo, torpeza, temblor y lucha por la supervivencia, cuenta atrás para el rescate bajo el silbido constante de las balas y entre vísceras, miembros amputados y regueros de sangre.

Con la casa casi como único escenario, la película de Garland y Mendoza deja fuera toda retórica dramática y aspira a la crónica esencial, detallada, inmersiva e hiperrealista de la experiencia real de la guerra, pero no a la manera de tantos vídeo-juegos bélicos, sino desde una doble dimensión externa e interna donde el relato clásico se entrelaza con el efecto mirilla telescópica, la fría visión mecánica de los satélites y una subjetividad que es eminentemente sonora y física. También colectiva, sin héroes ni protagonistas singulares, sin músicas ni más arco narrativo que el que ocupa una única situación, su desarrollo y su cierre, un cierre que sólo puede proyectar ya el horror, el trauma y las secuelas aunque el epílogo (tal vez prescindible) con imágenes del rodaje y fotografías de los auténticos soldados suene un poco a agradecimiento.

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