Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Hijo de las tierras del Pan y el Vino

El cardiólogo Román Calvo llegó a Sevilla desde Zamora con 9 años, es hermano de Montesión y capta con su cámara fotográfica las nuevas vivencias de una devoción antigua

El cardiólogo Román Calvo, antes de mostrar sus fotografías en el Círculo de Labradores.

El cardiólogo Román Calvo, antes de mostrar sus fotografías en el Círculo de Labradores. / José Ángel García

HIJO de Teótimo y Maximina, su madre de la Tierra del Vino, de la Tierra del Pan su padre, la síntesis perfecta de la Eucaristía, Román Calvo Jambrina (Zamora, 1969) bajó de aquellas tierras castellanas en las que nació San Fernando, zamorano de Peleas de Arriba, y reconquistó Sevilla en 1975. “Vinimos por el trabajo de mi padre, que se dedicaba a vender pescado”. Después fue Sevilla la que lo conquistó a él y de esa conquista va precisamente esta historia.

Su padre dejó de vender pescado en Zamora, cerca de los Lagos de Sanabria, un género procedente de Galicia, y buscó nuevos caladeros para venderlo sucesivamente en Amate, el Polígono Norte y la barriada de Villegas. Pero fue su madre, Maximina Jambrina, la que le inculcó dos de sus principales querencias, la medicina y las cofradías. La zamorana trabajó de auxiliar de clínica y vivió la apertura del hospital Virgen Macarena. Una de sus mejores amigas vivía en la calle Feria y para que su hijo Román no perdiera el contacto lo hizo hermano de Montesión, con la que cuarenta años después sigue saliendo de nazareno.

Román Calvo es un cardiólogo que llega al corazón de la Semana Santa con su cámara de fotos. “La primera me la regalaron cuando hice la primera comunión y creo que desde entonces no he dejado de hacer fotos”. Recuerda que su madre, otra vez la ascendencia, le compró en la cernudiana plaza del Pan una Argus c-3 Electro. Su acercamiento al mundo de la Semana Santa fue por un curioso conducto, prueba de que Dios volvía a escribir con renglones torcidos. “Cuando llegué a Sevilla me matricularon en el colegio Altair. El conserje del centro, Luis Calvente, organizaba en los recreos concursos relacionados con la Semana Santa, nos ponía de fondo el pregón de Rodríguez Buzón y por ahí me fue entrando una afición que fue creciendo con el tiempo”.

En cuatro décadas cree que sólo ha faltado dos veces a la Semana Santa de Sevilla. Una porque fue a Roma con su mujer y otra, en un arrebato de nostalgia de su madre, morriña que los llevó a vivir la Semana Santa de Zamora. En puertas de la Semana Santa, el doctor Calvo Jambrina dio una charla en el Círculo de Labradores acompañada de una muestra de su trabajo fotográfico: una musulmana viendo los Servitas; un costalero con un costal hecho con tela de Arabia Saudí; el Cachorro por la Torre Pelli; la Sed por las setas de la Encarnación… Y un cartel de este Miércoles Santo en el que los fieles verán la Piedad del Baratillo en su capilla de Adriano: Otto Moeckel y la quietud del tiempo.

El segundo año de la pandemia, este cardiólogo y fotógrafo ha celebrado sus bodas de plata con Toñi, ayamontina, a la que conoció en primero de Medicina, compartiendo profesores como Jiménez Castellanos, Hugo Galera Davidson, Diego Mir, Raimundo Goberna o Luis Frontela. Se casaron en el Gran Poder, se fueron de luna de miel a Tenerife. El matrimonio modificó sus costumbres de Semana Santa. “Cada Jueves Santo, antes de salir con Montesión, siempre vamos a comer con mis padres. Y el Viernes Santo nos escapamos a Ayamonte, donde mi mujer es hermana de la Veracruz”.

Vino de Zamora a Sevilla, como el catedrático Agustín García Calvo, catedrático de Latín y Griego, como los progenitores de Pepe e Ismael Yebra, que hicieron el camino sanabrés en lugar de a Santiago de Compostela a Sevilla. “Mi mujer es inmunóloga y alguna vez ha rotado con el doctor Yebra”. El camino de Santiago que le gusta hacer todos los años a Román Calvo es el de ir a la calle Santiago para ver pasar San Benito desde la casa de su amigo Fernando Gabardón de la Banda. “Desde su balcón se ve a Pilatos mejor que desde Roma”.Año sin imágenes en la calle, pero con imágenes en la cámara de este cardiólogo. El mismo año que el papa Francisco ha hecho pública la Carta Apostólica Patris Corde (Con corazón de padre) en el 150 aniversario de la declaración de San José como patrono de la Iglesia Universal. El paciente esposo de María aparece de forma simbólica en una de las fotos de Román Calvo, el palio de San José de Palmete junto al Scalectric de la SE-40.

Incondicional de las canciones de Joaquín Sabina y de las historias de Benjamin Black, seudónimo del novelista irlandés John Banville, Román Calvo fue aficionado al aeromodelismo y es coleccionista de sobres de azúcar y de recuerdos de La guerra de las Galaxias. No desdeña la nueva arquitectura, aunque no oculta su perplejidad, y la plasma en sus fotografías, ante el aluvión de móviles que captaban a la Esperanza de Triana pasando por el Arco del Postigo. “Más que verla, la gente quiere decir en el mismo momento que la están viendo”. Algo descorazonador. ¿Las fotos se hacen con la vista o con el corazón? “De las últimas que he hecho me conmueve especialmente la de una señora con su mascarilla que tiene una flor en la mano”. La procesión va por dentro.

El hermano de Montesión es fiscal de una hermandad de Gloria de la barriada Juan XXIII. Después de destinos en plazas extremeñas como Zafra o Llerena, ahora trabaja en el hospital Virgen Macarena. Su padre nació en Castronuevo de los Arcos; su madre, en un pueblo próximo a Zamora, Gema, que tuvo un castillo donde vivió Pedro el Cruel; allí conservan una casa familiar. Nunca lleva trípode. Aquella noche del 20 de abril del año 2000 también iba con su cámara. “Los incidentes de la Madrugá me cogieron en la calle Francos. Iba buscando a un amigo que salía de nazareno en la Macarena. Cuando llegó el paso de la Sentencia empezó todo. El capataz, que también era médico, ordenó apagar todas las velas”.

Hoy, Miércoles Santo, debería salir el Cristo de Burgos. En su lugar, sale esta representación del Cristo de Zamora. Hijo de las tierras del Pan y del Vino. Román y Toñi tienen un hijo que desde que nació es hermano de Montesión. El legado de abuela Maximina.

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