La ventana
Luis Carlos Peris
La añoranza ha sustituido a la alegría
Visto y Oído
Lo de Julián del Olmo es excepcional. Ha permanecido 36 años al frente de Pueblo de Dios, viajando por los cinco continentes para mostrar la labor humanitaria de los misioneros y seglares en todos los rincones del mundo. Y llegado el momento de la jubilación afirma haber recibido mucho más de lo que ha dado.
Lo relató en una misa excepcional con la que los compañeros de El día del Señor quisieron rendirle homenaje. Desde luego que no fue una eucaristía cualquiera. No tuvo lugar en un templo, ni siquiera en una ermita. Se celebró en los campos de lavanda de la Alcarria, muy cerca de Yela, el pueblo natal de Julián. Impresionaba ver el mar de trigo sobre el que se improvisó el altar. Pero sobre todo impresionaron las palabras de despedida de Julián del Olmo, de profesión herrero (por tradición familiar), sacerdote y periodista. Oficios que continuará desarrollando en su nueva etapa de vida jubilosa.
En Pueblo de Dios hemos visto a lo largo de los últimos 36 años reportajes que nada tenían que envidiar, como crónica periodística comprometida, a otros de En portada o Informe semanal. Del Olmo heredó el legado de Martín Descalzo y Eduardo T. Gil de Muro, que fueron quienes a raíz del acuerdo impulsado en 1982 entre el Gobierno (entonces socialista) y la Conferencia Episcopal inauguraron la nueva etapa de los espacios religiosos católicos en TVE.
Julián del Olmo optó en su momento por quedarse con el programa más comprometido con los pobres. Mientras otros compañeros ejercieron como hombres de monasterio, él se inclinó a serlo de ministerio, y se lanzó a radiografiar realidades con idéntico grado de compromiso al que en su día impuso la mirada de Carmen Sarmiento en Los marginados o Rodríguez Puértolas en Vivir cada día. Julián del Olmo ha sido un grande del reporterismo aunque Pueblo de Dios no reciba la atención que merece un programa con tanta personalidad.
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