La cuadrilla de aspirantes de MasterChef cada vez irrita más como conjunto y hay participantes que con el ego saliéndoles por las amígdalas están al límite de lo insoportable, como la repescada manchega María. Soberbia por cada centímetro cuadrado de palabra que pronuncia, se cree más favorita de lo que es; o el sabihondo de Arnau que sigue diciendo mucho más de lo que realmente hace. Qué tiempos cuando creíamos que la infantiloide Ofelia era la que chirriaba del plantel.

Lo del tonteo en MasterChef ha ido a más en cada edición (qué le gusta una seducción indiscriminada a Jordi Cruz) pero a estas alturas parece que el programa va más de ligar que de cocinar, como si fuera una de aquellas citas de Andoni Ferreño en Telecinco. Ofelia a fuerza de insistir con el médico murciano José quieren convertir su tensión no resuelta en un ingrediente más del cocido. El cardiólogo imprevisto ha perdido expectativas con las semanas. Estar en MasterChef te hace mejor y a veces, como sucede aquí, por dispersión te echa a perder.

Para salvar al grupo (y al concurso) hay tipos como Fran, el camarero de Cuenca, que obtuvo el pin de la inmunidad con un menú para servir en un tren donde primaba el sentido común del joven de la mirada desbordada. El destino le privó tener un buen pelo, pero le ha reservado tener buena voluntad y convertirse en ejemplar.

El eliminado de la noche de fue el vasco Dani, por añadir el dato final de cada gala, y se le veía venir la derrota porque tampoco es de los que se les atisbara la evolución y parecía más preocupado en sostener tiranteces que en mejorar. Cayó por un desastre en la prueba de tarta nupcial. El a la postre eliminado decidió repetir el bizcocho y con la base caliente ya era imposible aplicarle coberturas y rellenos. Eso salvó a María, con otro desastre cosmético aunque su tarta era comestible, según el jurado.

A Toni, otro de esos participantes que va sobreviviendo sin saberse cómo, se le olvidó añadir azúcar a sus masas y estuvo a punto de irse. Ya lo hará.