La transición energética será un proceso que llevará décadas hasta minimizar el consumo de combustibles fósiles. El mundo quemó casi 102 millones de barriles equivalentes de petróleo y gas cada día de 2023, y se estima que la demanda continuará creciendo hasta marcar un pico histórico irreversible hacia 2029. El declive posterior será inicialmente muy lento, de forma que en 2040 solo retrocedería al nivel de 2017.

La acelerada penetración de los vehículos eléctricos reducirá la demanda de carburantes en unos 15mbd en los próximos 15 años (asumiendo que en Europa alcancen el 80% del parque automovilístico), pero será contrarrestada por la motorización de los países emergentes y por el crecimiento de la aviación y del gas natural para sustituir el carbón.

El petróleo deberá mantenerse suficientemente caro para incentivar la inversión en nuevos yacimientos (porque los existentes se agotan a un ritmo medio del 5% anual) y para incentivar la transición a las fuentes renovables. Los analistas calculan que el precio de equilibrio del barril Brent rondará los 75 dólares el resto de esta década, sostenido por los recortes de producción de la OPEP+.

No son buenas noticias para la contención del cambio climático, pero sí para las petroleras. Solo las 10 grandes cotizadas en EEUU y Europa ganarán cada año unos 130.000 millones de euros (que devolverán íntegramente a sus accionistas en dividendos y recompras del capital), pese a lo que las integradas europeas cotizan con un PER próximo a 7x con un dividendo del 5,5%. Así que, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, conviene invertir tanto en las energías renovables como en las petroleras.

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