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Si no querías café, toma dos tazas. Capullo. Es lo que ha venido a decir entre líneas Carles Puigdemont a Mariano Rajoy y, por ende, al resto de españoles que nos sentimos plenamente como tales (incluidos los que añoramos la bandera tricolor, ¿estamos?) al sacarse de la chistera al conejo-robot Quim Torra, mofándose de paso del rey Felipe VI, que se verá abocado a firmar el decreto de su nombramiento tras su presumible investidura. Y el Gobierno, de momento, deberá cumplir su promesa de dejar de aplicar el artículo 155 de la Constitución en cuanto se forme un Govern ajustado a Derecho; es decir, sin causas penales sobre la mesa, como habría ocurrido de prosperar las investiduras fallidas del generalí... digo campeonísimo a la fuga, de Jordi Sànchez y de Jordi Turull.

El futuro president -si la CUP no lo impide mañana tumbando su investidura, dejándose llevar por los cantos de sirena de esas encuestas que le auguran un subidón electoral de tener que volver los catalanes a las urnas si el 22 de mayo siguieran sin Govern que nos ladre- ya nos dejó una memorable carta de presentación nada más salir su nombre a la palestra con sus despectivos tuits sobre los españoles, a los que tacha de fascistas, expoliadores y sinvergüenzas.

Dicen en su entorno que es un individuo tan culto como radical. No será este pringado (servidor) quien ponga en tela de juicio los bastos (digo vastos) conocimientos de don Joaquim. Uno, que es mucho más simple que todo eso (Torra), se conforma con recordar que la radicalidad no debe ser necesariamente un concepto negativo y que, por contra, resulta hasta encomiable en el sentido del que se reproduce de forma total y descarnada en defensa de sus ideas.

Pero las del señor Torra tienen una cara b estremecedora, como se vio ayer en el Parlament: está dispuesto a mantener el pulso al Estado y el guión victimista y autocomplaciente que le marca Puigdemont, al que guarda una fidelidad tan perruna como sonrojante. Tiene razón al denunciar el exceso de encarcelamientos preventivos. Y al censurar la brutalidad policial del 1-O. Y al exigir a Moncloa algo más que respuestas judiciales. Pero ahí se agotan los argumentos de ese tipo que cuando visitó a Puigdemont en la cárcel en Alemania lucía una gorra con orejeras. Todo un presagio. Quim sólo escucha la voz de su amo y ni ve ni oye a más de la mitad de los catalanes.

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