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Sueños esféricos

Juan Antonio Solís

jasolis@diariodesevilla.es

Lo que nos quita la rivalidad Djokovic-Nadal

El pulso en la cima priva al español medio de disfrutar del genio serbio en su plenitud

El deporte sin rivalidad sería como un western sin indios ni villanos, necesitamos tomar partido y torcer por uno de los contrincantes. Uno se sienta a ver un Alavés-Rayo absolutamente intrascendente para la suerte de su equipo, y puede desear que gane el cuadro vitoriano porque un día viajó a Madrid a la comunión de un sobrino y un grupo de aficionados babazorros que fueron a la capital a disfrutar de una final de Copa, lo invitaron a churros con chocolate y disfrutó de un cordial y amigable desayuno.

O puede sentarse a ver la Superbowl por mera curiosidad, sin tener ni idea de las reglas del juego siquiera, y apostar por los Kansas City Chiefs... porque le hace gracia el monumento del indio y recuerda el hermanamiento entre ciudades. Cuestiones absurdas, tan inherentes al deporte. ¿O no es absurdo que un aficionado tase el precio de un jugador en una negociación y lo cuelgue en las redes con el carácter vinculante de una ley orgánica? "Por 25 millones, lo llevo yo en coche". "Todo lo que no sean 45 kilos al contado, sería una tomadura de pelo...". ¿Qué sabe usted de las cuentas del club que vende? ¿Qué sabe de la situación personal del futbolista, que lo mismo se quiere ir porque su familia se desmorona en Sevilla? Además, el aficionado de un equipo siempre ve a los jugadores predilectos de su equipo como unos padres ven a su hijo como estudiante o deportista en su cole: un valor en ciernes o un infravalorado.

En cambio, flotaban argumentos objetivos de mucho peso en el caso de Novak Djokovic ante Stefanos Tsitsipas para que casi todos los españoles -alguno conozco yo que puja por Nole en detrimento de Nadal- apoyáramos al heleno como si fuera de Dos Hermanas.

Y es una pena nuestra contrariedad por la enésima conquista del serbio, pues es un fenómeno de los que nacen muy de vez en cuando. Su arte tiene un sabor excelso, pero la rivalidad, caprichosa, nos niega esta vez el disfrute pleno de su magisterio. El deporte...

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