Recuerdo de Manolo Cardo

25 de septiembre 2025 - 03:10

El día que Manolo Cardo cogió el primer equipo tras la destitución del muy laureado y algo snob Miguel Muñoz (con residencia en el hotel Alfonso XIII…) un tío nuestro nos soltó con guasa verderona que le habían tenido que comprar un traje para viajar a Zaragoza. No sé si con traje o ya con la camisa aquella de lunares que se ponía siempre contra el Betis (nueve victorias en trece partidos), pero lo cierto es que los cuatro recordados goles de Pintinho y el debut de su niño bonito Francisco cambiaron la suerte de aquel Sevilla de nuestra niñez y adolescencia, tan pobre como hoy pero mucho más auténtico en tantos aspectos.

Poco se correspondía su aspecto de hombre sencillo de pueblo con la alegría con la que aquel equipo lleno de canteranos jugaba al fútbol, al punto de tornar la grisura de aquellos años de plomo en una nueva de época de esplendor, completada a medias con dos clasificaciones consecutivas para Europa. Manolo Cardo fue, a su manera, un entrenador moderno, mucho más creativo e innovador que la mayoría de sus contemporáneos que, sin embargo, ganaron a la larga mucho más dinero que él. Las limitaciones de unos ingresos basados prácticamente en los abonos y la taquilla, en un negocio todavía sin la palanca que proporcionarían después las televisiones, hacían depender los éxitos del primer equipo de incorporaciones baratas que casi siempre salían mal, lo que terminó por erosionar el bloque compacto y competitivo de sus primeros años.

Aunque en la última época gloriosa el club lo rescató y le dispensó el trato que realmente merecía por su trayectoria y honestidad, pocos han recordado su marcha por la puerta de atrás que incluso deparó una demanda ante los juzgados de la que, parece, después se arrepintió, pero que fue utilizada para impedirle su retorno al banquillo en cualquiera de las crisis que padeció el equipo, y mira que hubo unas cuantas. Como suele pasar con la gente modesta que además presume de ello, nunca se sintió a gusto más allá de las paellas de su mujer en Coria, lo que le perjudicó en el desarrollo de su carrera, de un tono siempre menor alejado de su gente. Ahora que cualquier cantamañanas se levanta más de un kilo por nada, yo evoco hoy en este adiós la lastimosa cantinela que repetía en casa de un directivo amigo de aquellos tiempos ya tan lejanos: “Si me llamara Cardovich…”.

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