Visto y Oído
Francisco Andrés Gallardo
Belén
Hace 25 años, esta que les escribe tenía veintipoquísimos y acababa de llegar a Sevilla desde el Madrid universitario y pluriempleado. Harta de un ritmo impropio, decidí tan temprano –menos mal– que iba a hacer todo lo posible por vivir como y donde me pidiera el cuerpo. Y a mí el cuerpo me pide, invariablemente, Sur. Este lugar me bendijo dándome enseguida un contrato como profesora en la titulación de Periodismo del centro universitario actualmente denominado San Isidoro. Hace 25 años, en la cafetería de la Facultad y en las clases ante mis alumnos, abría las páginas de un recién nacido Diario de Sevilla, periódico de tinta fresca, enérgico, culto –su suplemento Culturas, con una alineación de primera, me admiraba– que a la vez me abrían a una Sevilla inédita e insólita, por estrenar. Aquí –en las páginas– y aquí –en la ciudad– aquellos ojos míos. Hay que mirar con el ojo del bárbaro, decía Unamuno y recomendaba el poeta José Viñals. Como bárbaros, sin condicionamientos culturales, sin prejuicios, no colonizados, libres. Así miré a Sevilla, tantas veces Diario a través. Aquí y así pude ir desentrañando las claves de una vida, la sevillana, briosa, compleja, singularísima, heterodoxa, plagada de códigos y símbolos que consentían la reapropiación más underground. Intuí el carácter –tan distinto al mío más recio de andaluza de Jaén– de las gentes de Sevilla y –lo más importante– supe que podía internarme, participar y enamorarme hasta las trancas en su ritmo y pulso. Eso hice, sin pausa. La Sevilla escrita en estas páginas me ofrecía asideros para entender. Me ayudó a mirar.
Podrán imaginarse la emoción, el honor y la enorme responsabilidad que me supuso recibir, hace casi nueve años, la oferta de Luis Sánchez-Moliní de dejarme decir desde Diario de Sevilla. Su llamada me sorprendió paseando por Velázquez, y fui agarrándome por las esquinas hasta Ancha de la Feria. Me estaba proponiendo que pusiera mi propio grano de arena en la construcción de la Sevilla por escrito. Quienes escribimos tenemos algo de arquitextos, con equis. Lo que decimos y contradecimos compone informativa, intelectual y espiritualmente el relato vero, diverso y fino de contrastes del lugar, sus gentes, sus intercambios, sus vínculos. Alguna vez, en estos tiempos en los que solo se lee lo que refuerza la opinión propia, alguien se sorprende de la libertad con la que escribo desde estas páginas y tengo que responder que así, plural, ha de ser el pensamiento crítico que nos merecemos, el único que estoy dispuesta a ejercer: independiente y nítido. Celebrar los 25 años de Diario de Sevilla es celebrar 25 años de una Sevilla en continua mutación y mis 25 años en ella: sabia urdimbre, la que tejen las agujas del reloj.
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