TIEMPO El último fin de semana de abril llega a Sevilla con lluvia

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Cuando pasa la Cabalgata de los Reyes Magos (aunque sea a todo pasar, por el temor a la lluvia) siempre nos fijamos en los niños y en los caramelos. Era la receta legendaria que destacaba José Jesús García Díaz, cuando presidió el Ateneo: "la Cabalgata son los niños y los caramelos". Esto se nos quedó en un modo lapidario absoluto. En los años de carrozas chungas, algunos decían que daba lo mismo, pues si la Cabalgata eran los niños y los caramelos tampoco importaba si las carrozas parecían más o menos pueblerinas. Con los años, se cuidan todos los detalles, como se ha visto en los tiempos del Centenario. Sin embargo, hay algo que también está en la esencia de la Cabalgata, pero pasa desapercibido: la soledad del rey mago.

Inmerso entre una multitud que grita su nombre, Melchor, Gaspar, o Baltasar, parecería el hombre más feliz del mundo. Y puede que lo sea, durante esas horas mágicas. Aunque ya no es un hombre. Es uno de los portentos que sucede cada 5 de enero, cuando el representante, Pepito Pérez, o Periquillo el de los Palotes, se sube a la carroza, y deja de ser él mismo, y se convierte en un rey mago. Ya no es él, ni sus circunstancias le interesan a nadie.

Mientras la multitud llama a Melchor, a Gaspar o a Baltasar, hay un hombre que se transforma en rey mago y que oye esos gritos como en otra dimensión galáctica, como si viviera una vida que no es la suya, como un personaje impostado durante unas horas. El rey mago siempre gana, en esa lucha personal contra el hombre que era Pepito Pérez o Periquillo el de los Palotes, de modo que quien recibe los gritos, quien lanza los caramelos, quien protagoniza la tarde y vive una felicidad efímera, es siempre Melchor, Gaspar o Baltasar.

En la mañana del 6 de enero, cuando los regalos ya se han visto y entra como una resaca de todo lo sentido, es cuando más sentirá la soledad del rey mago. El hombre se mira frente al espejo de la vida, donde ya no se refleja una barba blanca, o una piel tiznada, sino la realidad, tras el paréntesis de una utopía ansiada. La soledad del rey mago consiste en asumir que aquella fuerza se la prestaron Melchor, Gaspar o Baltasar, que sintió como una lluvia de energía que se desprendía desde algún agujero del cielo. La soledad del rey mago consiste en saber que ya no es un rey mago, aunque lo fue. La dicha de serlo se escapó, también era fugaz. Hasta los reyes magos son pasajeros del tiempo.

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