La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
El Cautivo en la absoluta soledad de su paso. Una soledad que no puede romper su largo cortejo acompañándolo, su barrio arropándolo, sus muchos devotos siguiéndolo, Sevilla esperándolo. Muy al contrario, cuanto más numeroso sea su cortejo, mayor la muchedumbre que lo rodea, más los devotos que lo siguen durante todo el largo recorrido, más llenos estén los balcones y ventanas de su barrio a su paso y con mayor impaciencia Sevilla lo aguarde, mayor y más visible será su soledad. A la vez que, maravillosa paradoja, en esa absoluta e irremediable soledad está la clave del indefenso poderío, la fiera mansedumbre y el desafiante silencio que son su sello, suscitan tantas devociones, invitan a seguirlo y hacen imposible abandonarlo.
¿Cómo dejar solo a quien tan solo está? ¿Cómo abandonar a este por todos los suyos abandonado? ¿Cómo no seguir interminablemente tanta dignidad que ningún poder puede humillar, tanta libertad que ninguna atadura puede impedir, esa espalda erguida que ninguna fuerza puede doblegar, esa mirada de frente, tan valiente, que no se bajó ni ante Caifás, ni ante Anás, ni ante Herodes, ni ante Pilatos? Misericordiosa, sí, y llena de ternura y mansedumbre. Pero cuidado, que es su misericordia su acusación, su ternura su juicio y su mansedumbre su fuerza; porque es la imagen del liberador que trae la buena nueva a los afligidos, venda los corazones quebrantados y libera a los cautivos.
Están la soledad y el abandono en su advocación -Nuestro Padre Jesús Cautivo en el Abandono de sus Discípulos- como lo suyo propio, como su carisma. Soledad y abandono son su carisma, su capacidad para atraer. Obra colectiva, como sucede en todas las hermandades que se hacen a lo que sus imágenes titulares exigen, es el Cautivo, hoy, en su paso. Paz Vélez lo esculpió, su hermandad lo completó dándole la soledad sobre su paso que la imagen exige ("entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron") y su barrio lo ultimó rodeándolo de esa calurosa, honda, sencilla y sentida devoción sin tiempo que iguala las nuevas y las centenarias devociones sevillanas cuando el pueblo las hace suyas. Entonces, solo entonces -imagen, hermandad, barrio, pueblo- quedó completo el Cautivo tal y como hoy lo veremos. Y lo seguiremos, que no es esta una imagen que se vea pasar sin que su unción y la contagiosa devoción de quienes caminan con él y tras él inviten a acompañar su soledad.
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