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Crónicas Levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

Álvaro Prieto y la fatalidad

La tentación de matar al mensajero es tan antigua como las guerras ¿Cuándo se jodió España?

Una imagen de Álvaro Prieto López

Una imagen de Álvaro Prieto López / @CordobaCF_ofi

La tentación de matar al mensajero es tan antigua como la guerra. Ante la dificultad de aceptar la fatalidad como causa de la muerte del joven cordobés Álvaro Prieto, la conciencia humana prefiere recurrir al atajo explicatorio de la acusación, así que, una vez conocida su muerte de un modo abrupto, la turba señaló a los periodistas, al personal de Santa Justa y a la policía como responsables de un hecho que, sin embargo, ha sido fruto de una sucesión de decisiones equivocadas y de mala suerte.

El descubrimiento de modo fortuito del cuerpo de Álvaro Prieto por parte de un cámara de RTVE que grababa unas imágenes de recurso es un hecho inédito, tan azaroso como el propio accidente, otra casualidad que habrá añadido mucho dolor involuntario a la familia, pero que no obedece a la mala fe.

Es cierto que el editor del programa Mañaneros, de RTVE, que fue el que difundió las imágenes, debió meditar mejor cómo emitir esa información tan delicada, pero de lo que no cabe duda es que lo que ese cámara había conseguido era una noticia de primer orden y de servicio público, negarlo es de hipócritas y de esos falsos puristas que saben señalar cómo se debe hacer un trabajo que ellos nunca han realizado.

A partir de esa emisión, el brazo armado de los ofendiditos de todas las causas arremetió contra el resto de los periodistas y contra Adif, sin que se hubiese molestado por el lanzamiento sideral de bulos al que se estaba contribuyendo de modo popular mediante el intercambio de mensajes particulares y sin que se señalase a dos o tres supuestos periodistas, caso de Vito Quiles, que propagaban basura con formato de información contra personas de etnia gitana. Un humorista del programa de Sonsoles Ónega en Antena 3 llegó a decir estos “¿En qué punto estamos como sociedad en el que, en una estación como la de Sevilla, un chaval que además es blanco, guapo, bien vestido... y que no hay nadie, ningún trabajador que le eche una mano?”

Y sí, se le intentó ayudar, pero la fatal flecha del destino le llevó a intentarlo de nuevo. Santa Justa es un recinto cerrado, pero sus medidas de seguridad no son las de Guantánamo y, ay, por ahí es por donde vamos a seguir buscando un culpable que nos ordene una razón que no acaba de encajar que las fatalidades, a veces, existen.

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