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La lluvia en Sevilla

'Azoteísmo'

Con la pandemia, las gentes de Sevilla han redescubierto la azotea como espacio de la casa o comunitario

Adiós, tita!", saluda mi pescadero mientras me limpia una mulata. "Lo bien que está mi tita, qué alegría -me comenta-. La azotea suya da al río: primera línea de Playa Betis. La tiene que da gloria: sus plantas, su silla, su botellín, el bambito. Allí pasa las horas. Desde mi azotea veo la suya, y allí ella, y me alegro". Escribir sobre azoteas se parece a subir a una, siempre apetece. Pero ahora, además, es pertinente: la primavera apunta y aún queda casa para rato. En tiempos del confinamiento duro, cuando no pudimos salir a la calle, encontramos salida por el cielo. Quien pudo, porque pronto, en muchos portales, colgaron la premática que prohibía hacer uso de las mismas si eran comunitarias. Conforme amainaba la primera ola, los tejados de la ciudad se poblaron como nunca. Milicias de vecinas, en armonía pero con distancia, marcharon por ellas a ritmo bajaculos; otros miraban desde allí la calle o rascaban su guitarra o se estiraban al sol. En algún vídeo que tuve que grabarme con el móvil para este festival o aquella institución salió de fondo el del bloque de enfrente, saludando. Los amigos con azotea propia han hecho de ella el edén, y bajan a abrirme las puertas de su cielo, vestidos de hortelanos, broncíneos y carilucios. El skyline de Sevilla (que es eso que se ve desde el bus que viene de Tomares) es un catálogo de solanas que ni pintadas por Carmen Laffón. Manuel Ferrand, en su delicioso libro La naturaleza en Sevilla dedica uno de los capítulos a tratar "la vegetación de altos resquicios" y los pájaros que anidan en las ménsulas y viejas vigas de torres, tejados y azoteas. Patio aéreo, noctámbulo en verano, vespertino en estas fechas, el espacio del tejado propicia una vida diferente a la que hacemos en cota cero. Eso lo supo ver Juan Sebastián Bollaín y contarlo en su Sevilla en tres niveles: nivel 1, el de la vida en las azoteas; nivel 0, el de las calles, a veces estresantes, y nivel -1, donde sigue bullendo el pasado de la ciudad.

Con la pandemia, muchas gentes de Sevilla han rescatado las azoteas como zona de la casa o la comunidad. Con ello, en ocasiones también se han avivado los conflictos provocados por quienes no entienden los límites razonables -y limitaciones sanitarias- de su disfrute o bien por quienes no soportan que nadie se solace y se solee. Antes del cataclismo del marzo pasado, algunos bares de copas también habían descubierto el filón de los gin tonics de tejado, lo que nos hizo temer que su proliferación se cargara la descansada vida del azoteísmo sevillano, donde la tita de mi pescadero, el jardín silvestre, las noches calurosas, las vecinas, la lectura y la buena conversación aún conservan -ay, válgame Hakim Bey- su zona temporalmente autónoma.

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