Entre leones
Alberto Grimaldi
Estado fallido, no; Gobierno indolente
En Santa Cruz de la Sierra, puritica Amazonía boliviana, un escritor me contaba que no sabía cómo salvar su patrimonio, consistente en estupendos libros, del donoso escrutinio de la humedad. Allí, a las bibliotecas no las esquilma el fuego ni esos que adoctrinan diciendo que los libros que no son los suyos adoctrinan, sino el ambiente lento y vaporoso. Pienso en mi amigo boliviano y su patrimonio cuando escucho a los esforzados reporteros cofrades –todo un género periodístico difícil de dominar, por cierto, lo de narrar en directo lo inenarrable sin que se les salte el puntito de sutura pregonera– y a esos hermanos mayores con un posgrado en meteorología, hablar del patrimonio de la hermandad. “No podemos poner en riesgo el patrimonio”, dicen los más cabales, deteniéndose tanto en la palabra que la expanden más allá de los bienes artísticos y artesanales hasta llegar a hablar del “patrimonio humano”, término este tela de exótico e impreciso del que solo escucho hablar cuando se mojan los nazarenos. Por decir “queremos cuidar a las personas que componen el cortejo” sueltan esta amena fruslería.
Estamos aviaos si el referido patrimonio artístico y artesanal queda a expensas de la sensibilidad media actual. Y no miro a nadie y miro a todo el mundo. Me quedo loca cuando en la red X veo, a diario, a supuestos prescriptores sociales de izquierdas (para el descargo andaluz diré que esta barbaridad la sueltan allende Despeñaperros) llamar “muñecos” a la imaginería barroca. Menos mal que no les encomendaron a estos, sino a María Teresa León y a Rafael Alberti, la evacuación de las obras del Prado, tantas de ellas de temática religiosa, para evitar que las reventaran a bombazos los fascistas. Pero también me quedo loca con quienes toman la decisión de sacar el patrimonio a la calle cuando saben que caerán chuzos de punta, que se mezclarán con contaminación, polvo, pólenes, hasta pudrir, como un libro en la Amazonía, parte de las piezas. Hay quien plantea el debate de preferir que se estropeen, pues el sentido de vivir esta semana como la vivimos no es quieto y museístico; de hecho, el verdadero patrimonio de la religiosidad popular –esa que, a la vez, tanto se desprecia, por impura, por el fariseísmo actual– es maravillosamente inmaterial y se vive en plena calle. Mas, cuando cae la Mundial, ese patrimonio intangible tampoco puede encontrar, chorreandito, su forma de expresión cierta: pide ciertas hechuras decorosas. Quien, catoliquísimo o pagano, ha estado en una bulla donde, al paso del paso, se corta el silencio, sabe a lo que me refiero. Quien, fiel a lo que le dicen los curas o ni de coña, arrima el costal y sale con su cofradía, sabe a lo que me refiero. Sacar procesiones bajo esta bendita y persistente lluvia resulta ridículo y absurdo.
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