José Antonio / Carrizosa

Ser o no ser

Alto y claro

05 de abril 2015 - 01:00

L A gran anomalía política de Andalucía con respecto al conjunto de España es la falta de alternancia en el poder. Es indudable: el PSOE se ha convertido en el gran partido del sur y ha utilizado todos los medios a su alcance para convertirse en parte del paisaje. Además, y por lo que parece tras las elecciones de hace dos domingos, esto va para largo. Pero para que se dé esta disfunción en el desarrollo democrático tiene que producirse necesariamente otra: la incapacidad manifiesta de la fuerza que representa el centro derecha español para convertirse en una alternativa creíble para los millones de andaluces que cada cuatro años acuden a las urnas. Durante más de tres décadas, un partido capaz de englobar desde los herederos ideológicos del franquismo hasta un humanismo cristiano de signo progresista se choca contra el dique andaluz, a pesar de conseguir en España mayorías absolutas tan holgadas como la que actualmente disfruta Mariano Rajoy o la que tuvo José María Aznar en 2000. Explicar esta incapacidad del PP sólo en base a lo que se ha dado en llamar las políticas clientelistas de la Junta es claramente un reduccionismo intelectual que no se sostiene, aunque algo seguro que tiene que ver. Como también tendrán que ver, con efectos quizás más atenuados, en Valencia o en Castilla y León. Pero lo que hay en Andalucía es, ni más ni menos, que una incapacidad manifiesta del partido Alfa de la derecha española -en expresión puesta en circulación por Enric Juliana- para elaborar propuesta y lanzar liderazgos que coticen en el difícil mercado andaluz. Cuando el PP tuvo liderazgo en la persona de Javier Arenas y supo modular sus mensajes para sacudirse muchos tics de derecha rancia ganó unas elecciones y tocó el poder con la punta de los dedos. Pero los tres años transcurridos desde la salida de Arenas han sido letales para el partido, que se encuentra ahora en sus niveles más bajos en muchos años de prestigio público, incluso en los sectores sociales que deberían serle más proclives. Posiblemente, el principal problema que tiene el PP en Andalucía sea ese: no convence ni a los suyos.

En las elecciones que acabamos de pasar se ha dado un fenómeno digno de estudio por la sociología política: una buena parte de la derecha y el centro derecha de Andalucía prefería una victoria de Susana Díaz porque no veían al candidato del PP, a pesar de la meritoria campaña hecha por Juanma Moreno, como el líder capaz de parar la amenaza que para estos sectores supone Podemos o de poner en marcha políticas de recuperación económica. Y para los que la figura de Susana producía salpullidos llegó la opción de Ciudadanos, un partido que no existía en la región y con un candidato a la presidencia de la Junta cuyo nombre muchos miles de sus votantes serían incapaces de citar. Fue el clavo ardiendo de la derecha.

Con esta situación se llega a unas elecciones municipales en las que el PP andaluz se va a jugar simplemente su ser o no ser. Y para no ser basta que pierda algunas alcaldías en capitales de provincia o ciudades emblemáticas. Si al desastre autonómico se suma una pérdida de poder en los ayuntamientos la deriva va a ser alarmante. Un PP fuerte y capaz de ser alternativa es casi una obligación democrática en Andalucía. Ciudadanos es una opción débil y de la que se desconoce su proyecto para Andalucía. Pero no cabe duda de que el partido de Albert Rivera está dispuesto a ocupar todo el espacio que le deje libre el PP. Así como entre el PSOE y Podemos las diferencias son tan evidentes como profundas, PP y Ciudadanos pueden ser marcas intercambiables y si los de la calle San Fernando se empeñan en seguir haciendo las cosas como hasta ahora no descarten que sean intercambiadas.

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