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Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Bares sin niños

Tal vez sería mejor prohibir la entrada de padres débiles en esos bares que no quieren a los niños

Un bar de Vigo ha colgado un cartel que ha provocado una gran polémica: "Área libre de niños, disfrute de la tranquilidad y el paisaje". En realidad el cartel debería rezar algo bien distinto: "Área libre de padres débiles, disfrute de un mundo adulto con niños bien educados". El síndrome del niño emperador, las comuniones organizadas como bodas, las agendas sociales cargadas de cumpleaños con atracciones de nuevos ricos, esos parques de bolas idóneos para reproducir los piojos mientras los papás toman la cerveza en vaso de plástico o incluso se animan al trago largo, han dado pie a niños incontrolables en un recinto para el uso y disfrute general como un restaurante. Los niños están asilvestrados porque los padres son incapaces de meterlos en cintura y no saben ejercer la autoridad, que no equivale al autoritarismo. Y eso no hace falta que lo proclame el juez Calatayud. Aquí la autoridad no sólo la tienen perdida los padres, sino los médicos, los profesores, etcétera. Los niños tutean a los profesores porque los padres lo hacen antes. Los niños consultan la carta y deciden su menú como si fueran adultos, aunque luego dejen la mitad de la comida. "Si no puedes más, déjalo, no te vayas a poner malo", le dice el papá complaciente a su tierno descendiente, que se sentó hartito de chucherías a deshoras, mientras el solomillo de ternera de 24 euros se queda en un plato sin patatas. Los niños exigen el camarero un vaso de agua con mal tono y sin el lubricante del "por favor" porque ven cómo los padres tratan con desdén a quienes les sirven. Los niños se pasean por el restaurante de la piscina con el torso al aire porque sus padres también lo hacen. La pérdida del mundo adulto es notoria en gran cantidad de papás. No hay estampa más edificante, dulce y tranquila que un niño pintando, haciendo legos, jugando al ajedrez o leyendo. Pero la sociedad de consumo, a la que sucumben los padres débiles, tiene a los niños de hoy hiperestimulados, inventando cumpleaños con juegos de tiros con balas de pintura como si fueran ejecutivos estresados. Ruido, mucho ruido hay en las celebraciones infantiles. Muy lejos quedan las sencillas meriendas familiares y el posterior rato de juego con motivo de un cumpleaños. A Sevilla no han llegado los carteles de bares sin niños, pero sí tuvimos la experiencia del establecimiento del centro que colgó el cartel que negaba el agua a los que jugaban en la plaza de San Lorenzo. No culpen a los niños. La responsabilidad es de los padres. Tal vez el bar de Vigo podría permitir la entrada de los niños que, al menos, lleven sus Nintendos. Embobados no molestan, ¿verdad?

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