Pisando área
Jesús Alba
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Sevilla será siempre un misterio, apasionada y fría a la vez, defensora a ultranza de arraigadas tradiciones como la Semana Santa, la Feria o el Rocío, pero que pasa de puntillas sobre asuntos culturales importantes que podrían engrandecerla aún más. El ciprés de los pantanos (Taxodium distichum) que preside la mítica Glorieta de Bécquer del Parque de María Luisa figuraba entre los candidatos del concurso convocado por la ONG Bosques Sin Fronteras en orden a proclamar el Árbol del Año 2024 en España, valorándose la propia planta, su entorno, la consideración social en su comunidad o sus raíces culturales. El árbol y el poeta quedaron unidos de forma indisoluble desde la inauguración de la glorieta en 1911, conformando un emblema histórico y medio ambiental de la urbe hispalense y del país. El majestuoso taxodio casi bicentenario enaltece un lugar de suma belleza, arte y sentimiento que deslumbra a todos, poseyendo méritos más que suficientes para haber sido merecedor de dicho galardón y aspirar después a ser Árbol del Año en Europa. El resultado de la votación popular de modo telemático muestra como ganador a una encina campestre que se ubica en el término municipal de Coripe, localidad de unos mil doscientos habitantes. El ciprés de los pantanos y Gustavo Adolfo Bécquer no han podido triunfar por diferentes causas, siendo la determinante el desapego que mostramos cientos de miles de sevillanos a la hora de defender en comunión nuestro patrimonio histórico y natural.
Antonio Machado escribió estos doloridos versos: “¡Oh maravilla,/ Sevilla sin sevillanos,/ la gran Sevilla!”. Él mismo, después de salir con su familia de la capital andaluza hacia Madrid con ocho años, sólo volvería en una ocasión y de paso hacia el Puerto de Santa María; ese día, Antonio intentó entrar en el Palacio de las Dueñas donde vio la luz, y no se le permitió el acceso por motivos desconocidos. Bécquer tampoco tuvo gran interés en regresar a su tierra, la cual abandonó con diecisiete años, constando sólo su presencia en ella durante dos cortos periodos veraniegos; por otra parte, marcharía con sigilo de Madrid a Toledo al estallar en 1868 la Revolución Gloriosa –había sido censor de novelas durante el reinado de Isabel II– y no se refugia en la ciudad que le vio nacer y crecer.
Algo le falta a Sevilla que no acoge con cariño a sus hijos ilustres, entre los cuales se pueden citar también a Manuel Machado, Manuel Chaves Nogales o Luis Cernuda. Habría que apoyarlos siempre sin ataduras ideológicas o de otro tipo en ocasiones propicias como la desperdiciada estas últimas semanas. Cuando acudamos de nuevo a ese mágico rincón del Parque de María Luisa y contemplemos extasiados la imagen del melancólico Bécquer; cuando observemos el grandioso ciprés que parece suspirar por las desventuras humanas dejando caer sus hojas como lágrimas sangrantes; cuando sintamos todo eso, lloraremos por la soledad en la que quedan las almas de los grandes poetas después de muertos...
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