La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Bienvenidas más cafeterías en Sevilla

Sevilla no es una ciudad famosa por sus cafés por mucho que tengamos fama de vivir en la calle y de ser sociables

Mesa de una cafetería.

Mesa de una cafetería.

Seamos positivos en la provincia donde los muertos casi alcanzan ya la cifra de 450, como recordaba este fin de semana el doctor Pérez Calero. Honremos a los difuntos de la pandemia por mucho que la vida siga, que siempre sigue. Abracemos la cruz del dolor y dejémonos embadurnar por la luz de la esperanza, contrastes de la existencia que nos ha tocado vivir. Hay que mirar al frente en clara expresión de futuro, como disciplinados nazarenos de ruan. La pandemia nos obliga a horarios más saludables, a hábitos más higiénicos y a valorar más todo aquello que antes nos era dado porque sí. Nos creíamos con todo el derecho a disfrutar de cosas sin que nunca hubiéramos luchado por ellas. Pues no. Sencillamente no. Nos dormimos antes porque tenemos que cenar antes. Los restaurantes te traen la cuenta sin pedirla. Por imperativo legal. No nos besamos ni nos damos la paz en misa. También por imperativo legal. Evitamos los platos al centro, los dichosos toqueteos, las malas costumbres heredadas de los años del cuerno de la abundancia. Y ahora las salas de fiesta y discotecas piden su conversión en cafeterías. ¡Bienvenidas sean las cafeterías! ¿Ustedes se han dado cuenta de que Sevilla, la gran Sevilla de la hostelería, carece desde hace años de una gran cafetería de renombre, del estilo del café Gijón de Madrid o de otras tantas grandes capitales? Tenemos confiterías que son estandartes del gremio, pero cafeterías elegantes, suntuosas, con valor propio, de esas que hacen ciudad, como se diría en el lenguaje oficialmente progresista, no tenemos ninguna. Nos hablan de las que hubo en su día, nos cuentan, nos dicen... Vemos fotos del café central, de la Campana en blanco y negro con negocios elegantes donde ahora hay una hamburguesería, pero no tenemos nada que se parezca a una gran cafetería. Quizás la del Loco de la Colina en Placentines fue lo más parecido a un negocio donde disfrutar de un café largo. Aquellos bancos de tapicería encarnada, aquella carta de cócteles, aquella forma de servir... ¿Dónde iría usted hoy a tomar un café con todo lo que indica esa expresión más allá del oro negro de Colombia con leche? La mía sin lactosa, por favor. Casi te miran mal en muchos salones de hoteles cuando después de encontrar a un camarero sólo pides un descafeinado de máquina. A ver si en esta nueva era sacamos unas cuantas cafeterías de calidad, que hagan posible la tertulia, un lugar de cita y encuentro. Tenemos mucha fama de sociales y de hospitalarios, pero en este asunto vivimos también del pasado. Sevilla no es una ciudad famosa por sus cafés.

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