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SIEMPRE me llamó la atención la escena magistralmente descrita por Bécquer en la leyenda Maese Pérez el organista, en la que las vecinas del barrio cuchicheaban en el compás del convento de Santa Inés. Una de ellas, como signo de temor ante algo sobrenatural que podría ocurrir, repetía una y otra vez: vecina, aquí hay busilis.

Los andaluces tenemos la facultad de decir mucho en pocas palabras. No necesitamos la rimbombancia del lenguaje solemne ni las vueltas y revueltas gramaticales que otros precisan para decir cosas. Algunos, como dice la Samba de una sola nota, hablan mucho y no dicen nada. A esos, aquí en Andalucía, les llamamos tontos solemnes. Y de esa especie hay infinidad de ellos que han llegado a ocupar, como ya había previsto Cervantes en El retablo de las maravillas, cargos importantes… y los que quedan por llegar.

La necedad es atrevida, igual que se dice de la ignorancia. Las mentes realmente inteligentes son propensas a huir de discursos grandilocuentes y de lo que ahora llaman los jóvenes el figureo. La gente verdaderamente válida tiende a permanecer en la retaguardia y prefiere trabajar en silencio, sin arrogancia y con humildad. El pueblo, que según dicen es sabio, pero que suele equivocarse con frecuencia, no reconoce a veces a estas personas realmente valiosas y, de la misma forma, alaba más de lo deseable a chuflas y papanatas varios. Eso sí, que quede claro, aunque se equivoque es soberano y está en su derecho. No en vano, como dicen los artistas, es el que paga.

Visto desde la distancia que dan dos semanas, los resultados de las últimas elecciones municipales en las diversas provincias en las que, de momento, se sigue dividiendo un país que desde hace siglos se llama España, no veo otra palabra mejor para definir el panorama que la que decían las viejas en el compás del convento antes de iniciarse la misa del gallo: busilis.

Miedo, no. Temor, no. Pánico, tampoco. Hemos visto situaciones similares y no ha pasado nada. Al fin y al cabo, lo que hay es lo que el pueblo ha querido. Y el pueblo, por torpe que parezca y tal vez con frecuencia lo sea, es soberano. Se palpa una mezcla de desencanto e incertidumbre unido a un espíritu de desprecio y de revancha que sólo el tiempo será capaz de decir si la decisión colectiva fue acertada o equivocada. De momento, querido amigo y lector, estará de acuerdo conmigo en una cosa: aquí hay busilis.

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