Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
Un comercio de la Plaza del Pan con una fachada y una decoración de color verde turquesa, en un emplazamiento que conserva la disposición de los comercios de época romana que estaban adosados a la primitiva basílica. Unas taquillas de color rosa chicle enfrente del convento de Madre De Dios, fundado por Isabel la Católica y ahora restaurado con un gran esfuerzo de las monjas, un donante anónimo y muchas aportaciones de particulares. Rótulos estridentes, banderolas y pizarras comerciales, veladores de tonos chillones en el entorno de la Catedral. A la mayoría le importa un pimiento frito el respeto a los monumentos de la ciudad. Da igual si es la Catedral, el Salvador o un monasterio que hunde sus raíces del siglo XV. Aquí se trata de llegar, montar el adefesio con la justificación del riesgo del emprendedor y los empleos creados, súmenle el corto del plazo del buenísimo imperante, y que le den morcilla a la ciudad.
Pasa con los nuevos comercios diseñados sin escrúpulo en el Centro histórico y ocurre con las procesiones. Entraba la exquisita procesión del Corpus en la Catedral cuando un barrido visual al público del interior revelaba que la mayoría parecía estar más dispuesta para el baño en Cuesta Maneli que para asistir al mayor culto público del año a Jesús Sacramentado. Al personal le importa un comino entrar con pantalón orto y pelambreras al aire en un templo sagrado. Y ese día era gratis el acceso, no se puede decir que el Cabildo hiciera la vista gorda con tal de cobrar la entrada. Es indudable que la cultura del confort y de la ganancia económica inmediata lo justifican todo, pero no, no es eso lo que nos ha hecho distintos como ciudad, sino la medida, el esmero, la proporción, mantener a duras penas el legado (ay, los Caños de Carmona y tanto casero histórico derribados) y por supuesto un concepto de la estética que algunos pretenden demoler (nunca mejor dicho) con la débil defensa de ese argumento tan banal y adolescente por el que para gustos están los colores.
Una fachada turquesa a los pies de la iglesia del Salvador es un horror. Esperamos que el alcalde intervenga como buen conocedor de la materia por sus años al frente de Urbanismo. Lo hizo recientemente con Sierpes al reducir el impacto de la platería que hace esquina con Rioja. Cada día tiene su afán. Y en Sevilla cada día tiene su atentado en un centro histórico supuestamente protegido. No me resisto a imaginar en qué momento los empresarios eligen el turquesa, el rosa o el negro combinado con blancos chillones para sus negocios en el casco histórico. ¿Tan impunes se consideran? ¿Tan catetos nos ven? Luego dirán que tenemos un concepto idealizado de la ciudad, pero es que no paran de apretar para consumar una degradación evidente. Son peores que el calor, que todo lo empaña y empeora. Junio eucarístico. Cantemos el horror de los horrores, el comercio turquesa del Salvador, el enésimo botón de muestra de la Sevilla indolente donde aparecerán los ofendidos de siempre justificándolo todo en nombre de un mal concepto de progreso. O cuidamos entre todos la ciudad o consumamos la covacha. Siempre nos quedarán los libros y los archivos de fotos.
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