En el Cementerio de San Fernando

Los afectos se aprecian mucho mejor al ver los lugares donde reposan los que fueron famosos

De vez en cuando visito el cementerio de Sevilla. Son lugares que reflejan a la perfección la historia de una ciudad y sus gentes. Tumbas y panteones cuidados y otros en el abandono, por la indiferencia o desaparición de familiares y amigos. Los afectos y admiraciones se aprecian mucho mejor al ver los lugares donde reposan los que fueron en su día famosos y hoy están a veces en el olvido. En esta ocasión quería localizar la tumba de los arquitectos sevillanos Juan Talavera Vega y Juan Talavera Heredia, padre e hijo, que juntos cubren una importante parte de la historia de Sevilla. Obras como el Costurero de la Reina y la casa Mensaque de la calle San Jacinto, actualmente oficinas municipales, bastan para acreditar en nuestra memoria la obra del padre. De Juan Talavera Heredia, su hijo, tenemos la obra más presente. La ordenación de la Plaza Nueva con sus farolas y pavimentos, rincones como la Plaza de Doña Elvira o el Pabellón de Telefónica de la Exposición del 29 y tantos otros.

En el registro municipal me indicaron que la tumba de los arquitectos estaba cerca de la glorieta del Cristo de las Mieles de Antonio Susillo. En el recorrido pasé por delante de la escultura de la Dogaresa de la tumba del pintor José Villegas, enfrente del grupo escultórico de Mariano Benlliure que recuerda a Joselito. Y en efecto, al lado de la glorieta citada, justo al lado del sugestivo cristo yacente de Manuel Delgado Brackenbury, que señala el panteón de la familia Vázquez, encontré una tumba de suelo con una lápida sin rotular y una cruz sobre un pedestal de mármol de base cuadrada y esbelto en sus formas clásicas, en el que resaltaba un medallón ovalado con orla en el que se podían apreciar las letras J y T entrelazadas. Allí están los restos de los dos arquitectos y de otros familiares. Ninguna otra inscripción marca el lugar. El mármol está agrisado por el tiempo y por la falta de limpieza y aseo de la tumba, que está guardada por una pequeña verja de fundición oxidada que acota un terreno falto de cuido. Algunos detalles en las molduras y escocias del pedestal y en la orla lateral de la lápida, indican que estamos en una tumba de deliberada sencillez.

Como único detalle distintivo, y sobre el mencionado medallón, llama la atención un relieve que representa un reloj de arena con alas desplegadas, muy bien ejecutado, como toda la labor de mármol de la tumba. Es fácil suponer que el reloj alado representa el paso del tiempo, pero recordé haber leído que era uno de los símbolos que los masones utilizaban en sus ritos. El deslizamiento de la arena en el reloj, que al principio parece lento, aumenta poco a poco su velocidad, asemejándose a la existencia humana que también sufre el mismo proceso de aceleración en la vejez. Nuestra admiración por la obra de estos dos arquitectos sevillanos que nos precedieron permite que generación tras generación sigamos volteando el reloj, para que pasado y presente se unan y el ciclo comience de nuevo.

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