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Cernuda en San Luis

La falta de respeto a los artistas y al público era evidente por parte de los organizadores del acto

El deseo. El pasado día 21, aniversario del nacimiento del poeta sevillano Luis Cernuda, se anunciaba un recital de poemas de Ocnos en la iglesia de San Luis, interpretados por el actor Roberto Quintana, del que en estos días hay una estimulante exposición en el Anticuarium de la plaza de la Encarnación. Como en otras ocasiones, estaba acompañado por el tenor Eugenio Jiménez y el músico Chico García a la guitarra. El acto despertaba muchas ilusiones como espectador. Oír las palabras de Cernuda en la voz de Quintana y las delicadas canciones del siglo XVI como La bella malmaridada, una de las piezas clásicas del repertorio español, era un gran atractivo. Y además se iba a producir en la iglesia de San Luis de los Franceses, obra máxima del barroco español, de la mano del maestro Leonardo de Figueroa en su arquitectura y Duque Cornejo en las esculturas y retablos. El atractivo artístico era máximo y allí nos encaminamos por Bustos Tavera y San Marcos, recorridos de la infancia, para llegar al podio de la iglesia, el mismo que tenemos en el álbum de fotos familiar, cuando la iglesia ejercía de parroquia, con Santa Marina, San Marcos y San Julián todavía humeantes, según contaban los mayores. Los sentimientos también se contenían para no pensar en el perdido Centro Andaluz de Teatro, una de las páginas más brillantes del teatro de nuestra tierra, con Roberto Quintana como principal figura y que también fue exterminado en las llamas de los furores jacobinos, como sus vecinas iglesias. Entramos y nos sentamos en unas sillas dispuestas en la iglesia para el acto. La cúpula y altares de San Luis nos arropaban y los espejuelos de los retablos de Cornejo nos distraían en la espera.

La realidad. Al poco salieron a escena los artistas. Nobles y concentrados en su trajes negros y camisas blancas. Y comenzó el recital y el sufrimiento. El actor de pie delante de un atril y el cantante y el músico en sendas sillas, los tres directamente sobre el mármol de la iglesia, sin una tarima que los realzase mínimamente. De Quintana solamente veíamos la cabeza, de Jiménez y García nada, pues los espectadores los tapaban al estar al mismo nivel. Las palabras del actor apenas se distinguían unas de otras, la megafonía no ayudaba en nada a poder recuperar la magia de las palabras escritas por Cernuda. Los matices de la entonación se perdían. Más sufrimiento. Conociendo el rigor artístico de Roberto Quintana y sus acompañantes no podía creer lo que estaba sucediendo. No se les veía y apenas se oían las palabras. Las condiciones no eran buenas para dar el recital, solo la estricta profesionalidad y el respeto a los asistentes de los artistas pudo permitir, haciendo de tripas corazón, llevar adelante el recital. Se lo agradecemos porque, aunque fueran retazos, disfrutamos de algunos momentos de privilegio. La falta de respeto a los artistas y al público era evidente por parte de la organización. En aquellas condiciones el recital nunca debió programarse. Otra vez será.

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