Agarra unos enfados tremendos el manijero del VAR cuando se le cuestiona por el artilugio. El hombre defiende acaloradamente la función de este brazo de la técnica aplicado al fútbol y en el colmo de su cabreo exclama que el VAR también es humano. Pues claro que es humano y es precisamente por su condición de humano por lo que se pone en cuarentena su efectividad y, por supuesto, su objetividad o, mejor dicho, su imparcialidad.

No debería enfadarse Velasco Carvallo con las críticas a su juguete, sino poner orden en el VOR, que es ahí donde tiene su talón de Aquiles el invento. Está claro que suelen acertar los que manejan el VAR y que han corregido muchos errores arbitrales con habas contadas en errores de apreciación. Aunque resulte pintoresco que se invalide un gol porque el delantero tiene la nariz más larga que el defensa para caer en flagrante fuera de juego, el problema no es ése.

El problema principal, aparte del de escudriñar como se escudriñó si Bartra, sobre la línea frontal del área, tocó al delantero del Villarreal o no, está en la cantidad de veces que en el VOR se mira a otra parte. Demasiados lances en las áreas en que se mira a otra parte o se anima al sigan, sigan sin pararse a mirar si hubo infracción o no. Pues claro, dilecto Carlos Velasco Carvallo, que el VAR también es humano y por ahí es por donde el aparato deja de ser del todo fiable.

Por ese resquicio se cuela, por ejemplo, el porrazo de Bernardo a Borja Iglesias en el área de Cornellá. Nunca habría pasado desapercibido de haberse prestado la debida atención, o intención, en esa sala donde árbitros han de corregir errores trascendentes del colega. Y cuesta trabajo creer que acciones irregulares meridianamente claras no llamen la atención. Al menos que llamen la atención y sean estudiadas por si merecen sanción, pero, como es humano, el VAR también peca.