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Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Comer con mantel, actividad en desuso

Encontrar un restaurante nuevo con manteles es ya tan difícil como comprar el periódico en la playa o sacar dinero de un cajero

Jóvenes sentados en dos meses sin mantel.

Jóvenes sentados en dos meses sin mantel.

Sacar dinero de un cajero, comprar el periódico en la playa y almorzar en un restaurante con manteles son tres actividades cada vez más difíciles de realizar. En la ciudad de los diez mil veladores hay cada vez menos entidades bancarias. Las poquitas sucursales que van quedando son oscuras, minimalistas, con apariencia de heladerías con oferta de yogures dietéticos, con mesitas de pin y pon y otros elementos decorativos más inútiles que cigalitas arroceras en una paella. En la playas ya no quedan librerías y ni siquiera kioskos. Trate de hacerse con un periódico en ese supermercado que suele tener en el mes de agosto, pero acuda temprano, porque dirán que la prensa de papel está en crisis pero hasta en Sevilla capital se acaban los ejemplares a las dos de la tarde de un domingo. Y échele paciencia a esos establecimientos donde te venden como moderno esa vulgaridad de comer directamente encima de la mesa.

Los tontos caemos. Pero no nos rebajan el precio, cobran lo mismo o más. Y el tío se ahorra el gasto de la lavandería. Suelen ser sitios, paradójicamente, que apuestan por el diseño, los platos originales, una carta de panes y otras vainadas. Y además tienen un dueño o un encargado muy parlanchín, que parece que te has citado a comer con tus amistades y con el propietario, que no para de hablar, de meterse en las conversaciones, o peor aún de interrumpirlas. Una cosa es cantar los platos y otra dar el cantazo. Una vez salí de una cena en un sitio de esos a los que acude la gente porque están de moda, me preguntaron qué me había parecido y tuve que responder con una metáfora futbolística: "A ver si ahora podemos hablar, porque el dueño ha tenido una posesión del balón del 70%".

Te mandan fotos del género Carpanta, de esas donde la gente se pone tibia como si no hubiera un mañana, reportajes completos donde se aprecia la longitud de los langostinos, la marca del vino y unas compañías estupendísimas, pero sólo me sabe responder con un comentario: "¿Y el mantel?". Lo siento por fastidiarle la fiesta al amigo, pero uno observa las fotos gastronómicas a conciencia. Como calcula los metros que tuvo que andar desde Asunción hasta la Plaza Nueva comprobando cómo habían caído todas las sucursales de su banco, todas con el cartelito de local en alquiler, como playas en el mes de octubre, donde es misión imposible encontrar un periódico en papel. Al menos siempre podremos decirle al dueño gracioso lo que Belmonte al peluquero cuándo le preguntó cómo quería que le pelara: "Callado". Pues eso. ¡Es que te obligan a ser malaje!

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