TIEMPO El último fin de semana de abril llega a Sevilla con lluvia

DERBI Horario y dónde ver el Betis-Sevilla

Cuando acabé de enseñarle mi piso, al que se venía a vivir conmigo una temporada, aquella finlandesa con ojos de lago me preguntó, extrañadísima: "Aquí, en las casas, ¿no tenéis sauna?". "Claro que tenemos. La casa entera es una sauna, querida". "Perdona, no entiendo…". "No te preocupes, en unos meses lo entenderás". Anoche, ya de vuelta de la calle a casa, de la calor a la calor, me acordé -el ventilador frente a la cama- de su pregunta y mi respuesta, y de lo que se aprende de la propia cultura cuando respondes a las preguntas atónitas ("¿para qué sirve un capirote?", "¿por qué se visten de traje los obreros en las fiestas?", "¿cómo te orientas en los bosques de olivos?, "¿le echamos vodka a las torrijas?") de una increíble mujer de las nieves. Principiando julio, mi compañera de piso entendió perfectamente que aquí, sauna lo es todo. Y me enseñó un término del finés -qué pena, soy incapaz de recordarlo- que define un estado de ánimo concreto: allí tienen una palabra para decir "estoy desesperada de estar en mi casa y es imposible salir porque hace mucho frío". Eso mismo hemos sentido muchas veces en Sevilla en esos días de desesperante canícula en los que es mala idea salir a la calle. Hasta de noche hay veces que es imposible salir al fresco. Doy fe de que las noches del Caribe interior son más livianas.

De estas clausuras del estío sevillano me acordaba yo durante el confinamiento, que -en esos términos, y salvando lo tremendo de la circunstancia- me ha sido más llevadero que la sauna por dentro y la chicharrera por fuera que padecemos. Tirar de aire caldea aún más las calles. Es un círculo vicioso que se agudiza conforme va avanzando el cambio climático: los últimos informes alertan de que en 2050 Sevilla en verano se pondrá a 50 grados.

Pero hay otra circunstancia en la que, en Sevilla, antes del confinamiento, me he sentido confinada. Confinada en la primera acepción del verbo, "desterrar a alguien, señalándole una residencia obligatoria". A lo Napoleón en Santa Elena. Sucede ese sábado del año en que -ajena a la fecha y a la deshora- la madrugada nos sorprende fuera del barrio, y nos quedamos a dormir en casa de unos amigos, y amanece (tarde) y resulta que es Domingo de Ramos, truenan a lo lejos los tambores, la luz duele y pasan por la calle riadas de vecinos con ese andar extraño que dan los zapatos sin ahormar. Es el momento de abandonar toda esperanza de cruzar el puente y volver a casa, y me quedo uno o varios días confinada en casa ajena, o encerradita en las calles de otro barrio. Dicho sea sin chovinismos: las gentes de esta ciudad -de la que se pregona, con verdad, que hacemos vida en la calle- bien podemos dar clases magistrales de confinamiento sevillano.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios