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Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Confusión en los urinarios

El minimalismo nos lleva al absurdo de no distinguir bien los letreros que indican el aseo de cada sexo

Al alcaide del Alcázar le dieron la noche en aquella cena de alto copete. El bueno de Bernardo Bueno, valga la redundancia, recibió varios avisos: "¡Don Bernardo! Los grifos no funcionan, la gente se queda con el jabón en las manos sin poderse lavar!". La empresa privada había pagado el canon por usar los históricos palacios para un acto de postín y se mascaba ya la pesadilla de todos los invitados con las manos pringosas oliendo al Palmolive de turno. Don Bernardo, el socialista de rostro afable con cara de DNI expedido en los años de la Transición, se retiró un instante del canapé y mandó investigar el asunto. No había tal avería, sino un caso flagrante de falta de pericia de los ilustres invitados a la hora de activar el agua. El tío del mono que se conoce el palacio al milímetro se ofreció a dar un curso acelerado a los usuarios de tiros largos y astracán: "Se trata de hacer como el que acaricia el grifo, acerca usted la mano y mire cómo sale el agua". El operario se afanaba en la explicación y hacía una demostración a cuyo término salía un chorro de agua como un escupitajo. Más que salir el agua, la verdad es que irrumpía. El caso es que ahora a los grifos hay que acariciarlos, mimarlos más que a un jandilla sin fuerza en el tercio de varas. Es lo que tiene el diseño. Ocurre como con los letreros de los urinarios. Desde que también son de diseño hay que deducir por el contexto cuál es el de caballeros y cuál el de las señoras. Y la labor resulta cada vez más difícil con la manía universal de llevar al extremo el concepto de igualdad: en el lenguaje oral y escrito, en los muebles, en el arte, en los grifos... Hay tanto cubismo llevado al extremo en los dibujos de los aseos de esos hoteles minimalistas, esos establecimientos de tonos oscuros con decorados de purpurina barata, que a veces no está clara la letrina asignada a cada sexo. Conviene asumir riesgos, abrir un poco la puerta y comprobar si hay urinarios de pared. El problema es cuando los dos aseos sólo tienen inodoros de asiento. Horror. En tal caso estamos condenados a ser intuitivos. No sólo pasa en los hoteles modernos donde además escasean los enchufes y sobran cojines, sino en las clínicas dentales con pretensiones, en los bufetes de abogados que aspiran a salir en más publicaciones que en La Toga, en los restaurantes de manteles tan pequeños que parece que han encogido en el lavado y en esos estudios de arquitectura donde se diseñan esas casas imposibles, monísimas, donde todo son puertas y ventanas para los cacos. Si no hay urinario de pared, se la tiene que jugar como siempre: llamando a la puerta y a esperar a oír la voz. La clave siempre está en el timbre.Y no hay nada que no arregle una buena caricia. O el tío del mono.

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