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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Copenhague sí existe

Los compañeros de Eriksen lo protegieron del morbo. Dinamarca perdió, pero es la campeona moral

Lo he contado muchas veces. Volábamos hacia Copenhague con el Betis, que iba a disputar un partido de la Recopa en la capital danesa. De esa visita recuerdo sendas fotos con Amancio, que estaba de comentarista de Antena 3, y junto a la estatua de Kierkegaard, el filósofo por el que Unamuno decidió aprender danés. En el estadio del Copenhague fue la primera vez en mi vida que usé un teléfono móvil para mandar una crónica. En el avión, Luis Aragonés, entrenador del Betis, se paseaba como un león enjaulado. Yo iba sentado junto al gran Martínez Campos y le dije al sabio de Hortaleza: míster, creo que estamos haciendo un viaje absurdo. Y le mostré la portada del libro que estaba leyendo. ¿Quién ha dicho eso?, preguntó al leer la cabecera: Copenhague no existe. Era el título de una novela de Raúl Guerra Garrido.

Copenhague sí existe. Se reivindicó ante el mundo el pasado sábado cuando Christian Eriksen cayó desplomado al recibir un balón en un saque de banda, esa figura del balompié a la que Benito Floro dedicó una serie de conferencias. Eriksen nació en febrero de 1992, el año que Dinamarca ganó la Eurocopa de Suecia, la única que no ha disputado España en el último medio siglo. Los jugadores daneses estaban de vacaciones y fueron convocados para sustituir a Yugoslavia, excluida por la guerra de los Balcanes. Su triunfo fue un mentís categórico a toda esa monserga de las concentraciones espartanas y el aislamiento de los deportistas de élite.

Casi tres décadas después, Dinamarca empezó perdiendo ante Finlandia pero es con todo merecimiento la campeona moral del torneo. La escena de la evacuación del futbolista danés guarnecido por sus compañeros, como la cuadrilla de un torero, es digna de figurar en los anales de la dignidad y el compañerismo. Parecía una reedición del grupo escultórico de Mariano Benlliure, aunque afortunadamente a diferencia de Joselito el Gallo el diestro Eriksen regresó de la muerte clínica que le diagnosticó el médico que le salvó la vida.

Con millones de ojos pendientes de ese escenario, ante el drama vivido en directo, los compañeros de Eriksen hicieron un cordón protector en torno al futbolista para que nadie alimentara el morbo del sufrimiento. Invirtieron uno de los axiomas del fútbol para comprobar que el mejor ataque es una buena defensa. Con el portero Schmeichel como mozo de espadas. Hijo del mítico cancerbero de la selección danesa a la que un cabezazo de Fernando Hierro en Sevilla dejó fuera del Mundial de Estados Unidos.

La cuadrilla de Eriksen quiso superar la clásica disyuntiva, vuelta al ruedo o enfermería, e hizo una síntesis de ambos destinos para acompañar al héroe varado. Una escena emotiva, digna de ser fotografiada por ese nuevo Benlliure llamado Emilio Morenatti, flamante Pulitzer por hacer lo mismo que los futbolistas daneses. Los compañeros de Eriksen le metieron un gol a una sociedad que ha hecho del dolor y la desgracia un espectáculo, ya sea para aumentar los índices de audiencia o para sacar espurios réditos políticos.

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