TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

Coronavirus, a ver cómo se lo explico

Sin contagio, el miedo se cobra ya víctimas: niños rechazados por su raza. Duele y ¿eso cómo se cura?

Va a hacer falta mucha pedagogía, de la buena. En la sociedad en general y especialmente en las escuelas y en las familias. ¿Cómo se le explica a un niño qué es el coronavirus? Eso, a fin de cuentas, no es lo más difícil. Ya hay guías incluso que circulan por las redes sociales, pero basta con aplicar un poco de sensibilidad y montar un relato asequible para un menor de corta edad. Éstos habitualmente nos sorprenden y asumen conceptos que creíamos fuera de su alcance. Un día intenté imaginar para recrearlo cómo sería ese personaje de Picadientes que cada noche asoma por casa y consigue, con una eficacia probadísima, que nadie se acueste sin un buen cepillado. Y la respuesta que encontré fue clara: no es ningún monstruo, ningún bicho, son bacterias que se quedan en la boca y manchan y rompen tus dientes.

Hasta hace unos días no había considerado necesario hablar del Covid19 a mi hija. Tiene 4 años y, aunque su curiosidad a veces no conoce límites, tiene su propia respuesta cuando ve a alguien en televisión con mascarilla: se ha resfriado. El razonamiento procede de una visita a las urgencias pediátricas donde vio a niños asmáticos recibiendo su tratamiento broncodilatador. Y ese mismo día asumió que el miedo a las mascarillas y las máscaras de oxígeno es simplemente el temor a necesitarla en algún momento, a enfermar y a tener que acudir al hospital por ello. Y tiene su eficacia: basta con nombrar la palabra mascarilla para evitar que camine descalza o se desabrigue.

Creo que no ha llegado el momento de descubrirle algo a lo que puede seguir estando ajena. Pero ya había pensado la manera de traducir en qué consiste ese virus y, sobre todo, cómo se puede prevenir, incidiendo en la necesidad de lavarse las manos y otros hábitos de higiene. Y en medio de la epidemia de miedo que vivimos, entro en el bazar chino más popular del barrio con ella de la mano y me extraña que apenas hay clientes. Encuentro lo que buscaba y al salir me encuentro con un cartel donde el comerciante se disculpa por tener que usar mascarillas para atender al público y explica que lo hace por proteger a la población porque en el periodo de incubación de la enfermedad ésta es asintomática y puede contagiarse. La nota acaba con una traducción al chino, lo que revela que el terror se ha instalado ya entre esta población, entre los que lejos de ser inmigrantes, han nacido incluso en Sevilla o llevan más de dos décadas aquí.

Y ese miedo complica mucho el  relato del coronavirus que pensaba contar en casa. Sobre todo cuando te enteras de que una compañera de tu hija ha salido del cole llorando a mares tras sentir el rechazo de otros niños que, seguramente, han reproducido el mensaje que han oído a sus mayores: ni te acerques a un chino. Es muy doloroso. Desde hace días veo a sevillanos de ojos rasgados que, sin estar contagiados, son ya víctimas de esta epidemia de miedo que, de un plumazo, puede acabar con la integración en la que, de manera natural, conviven nuestros hijos. Y eso urge una explicación en las casas y en las escuelas.

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