Acción de gracias

Cuento de verano

En verano estamos más abiertos al azar y a los otros, como personajes de un encantador cuento de Rohmer

Resulta tentador renegar del verano con estas temperaturas, pero incluso con el calor sigue siendo mi estación favorita, con esta luz que nos invita a vivir y una liviandad en el ambiente que parece una promesa. Es en estos meses, o al menos ese ha sido mi caso, cuando nos enamoramos o simplemente volvemos a querernos a nosotros mismos, cuando los placeres estivales nos devuelven al territorio de la alegría, también cuando el velo de la timidez se nos cae y nos volvemos más expansivos y estamos preparados para nuevas amistades, ese prodigio de sentir la cercanía y la calidez en los otros.

Esta semana recordé una mañana emocionante y hermosa de otro verano, hace unos años, cuando el azar propició un encuentro inesperado. Yo estaba en Santiago de Compostela porque me había retirado allí unas semanas para terminar un texto con plazo de entrega; él, Anderson, brasileño hijo de español, había ido a resolver una cuestión administrativa. Empezamos a hablar y descubrimos que los dos teníamos esa tarde nuestros vuelos de vuelta, y algo en el otro nos inspiró confianza que decidimos compartir esas horas en blanco, ya sin habitación de hotel y sin nada que hacer antes de ir al aeropuerto, en aquella ciudad. Paseamos por el casco antiguo y nos mostramos -al compartirlos adquirían otro valor- nuestros rincones favoritos; él me enseñó una biblioteca fastuosa que yo, viajero despistado, no conocía. Pero después de esa visita turística se dio una escena que aún me conmueve: la de dos desconocidos, o tal vez la palabra es errónea, porque ya no lo son, ya empiezan a dejar de serlo, que se cuentan su vida, se relatan sus expectativas y sus desengaños sentados en un banco del parque.

Escribo esto y mi memoria vuela más lejos, a otro verano, cuando tengo veinte años y me he matriculado en un curso de guión de la UIMP de Valencia, y le alquilo una habitación a Carmen, escultora de profesión que para obtener unos ingresos extras aloja y también da de almorzar a sus inquilinos. Aprendí más en las conversaciones con esa mujer que en las clases: yo apenas había salido de mi casa, y ella, con su palabra, me ensanchaba mi todavía limitado campo de visión. Yo andaba desmotivado con la carrera que había elegido, y ella me animó a que escuchara mi voz interior, que persiguiera esa vocación ante la que había tenido mis dudas, hasta tal punto un encuentro temporal como ése puede ser decisivo.

Es por historias así que amo el verano: porque nos comunicamos más, porque somos más sensibles y más listos, estamos más abiertos al azar y a los otros, como personajes de un encantador cuento de Rohmer. El verano nos dice que hablemos con los extraños, que confiemos, que esto de lo humano aún vale la pena. Hagámosle caso.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios