Deuda Histórica

Hay una deuda real con las mujeres en cuanto a participación política. Esa es una verdad sin discusión

Llámenme pejiguera –no se me atropellen, tampoco– pero hay ciertos conceptos que cuando se refieren a la igualdad entre hombres y mujeres escuecen como el alcohol en una herida, mientras que, aplicados a otros ámbitos, se asimilan con más facilidad que la famosa medicina azucarada de Mary Poppins. Ocurrió con las cuotas que, por ejemplo, afectaban a los repartos de miembros de gobiernos, instituciones e incluso galardones y medallas distinguidas. Ahora se ha normalizado, pero cuando las socialistas feministas, pioneras, clamaron por el 25% de mujeres en las listas electorales se alzaron no pocas voces, y no sólo en la derecha, advirtiendo de lo forzado de la medida e incluso tachándola de paternalista. Muchas nos confesamos mujeres-cuota cuando éramos objeto de nombramientos o reconocimientos, tal como nuestras mayores se habían declarado adúlteras o abortistas en los albores de la reconquista democrática, allá por los años setenta. Poco importaba que las medidas de inclusión positiva (nunca fui partidaria de la expresión “discriminación positiva”, que roza el oxímoron) tuvieran una larga trayectoria y que dataran de la Administración Kennedy como acción contra la discriminación racial, de los afroamericanos en concreto.

Dándole vueltas a este trajín y rodeada de declaraciones políticas en plena campaña, me he acordado de aquella Deuda Histórica que tanto hubo que pelear y que clamaba por un ajuste de inversiones que paliaran, en alguna medida, la brutal descompensación inversora por parte del Estado a favor de Los Nortes y en contra del Sur. Andalucía, vaya. Costó lo suyo que se aceptara como concepto, que se cuantificara y al fin se saldara aún sin satisfacer a todos. ¿Se imaginan que esa misma idea (la de compensar un desequilibrio histórico) la hubieran reivindicado las mujeres para sí? Me explico: con todas sus discriminaciones en España se celebran elecciones desde octubre de 1813 –tras la Pepa, la Constitución de 1812– aunque no se puede hablar de sufragio universal (masculino) hasta 1869, con sus periodos convulsos y sus Golpes. En total, si me salen las cuentas, fueron 47 años no ininterrumpidos de elecciones hasta que en 1933 la República reconociera al fin el derecho del voto femenino y el sufragio fuera de verdad universal. Por tanto, hay una deuda real con las mujeres en cuanto a participación política. Esa es una verdad sin discusión, como que Clara Campoamor ha sido la política que más hizo por la democracia real en nuestra Historia reciente. Una deuda histórica que reconocida y evaluada nos podría llevar a pedir saldarla votando dos veces, por ejemplo, durante un determinado número de comicios. ¿Les parece muy loco? No más que un teleférico entre Tomares y Sevilla o desalojar a la Universidad de la Fábrica de Tabacos. Será por ocurrencias.

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