Punto de vista

José Ramón / Del Río

Dignidad e indignación

27 de marzo 2014 - 01:00

AUNQUE se parezcan mucho las palabras del título, son cosas diferentes pero coinciden en el mucho uso que se hace de ellas, porque de la Marcha de la Dignidad y del movimiento de los indignados se habla o se escribe frecuentemente. Sin embargo, la versión negadora de la dignidad, el "no ser digno", se dice aún con más frecuencia desde que el centurión romano, como nos cuenta el evangelista Mateo, pidió a Jesucristo que sanara a un amigo y cuando Jesús se disponía a complacerle y marchar a su casa, le dijo que él no era digno de que entrara en su morada, pero que una palabra suya bastaría para la curación. Este ejemplo de fe, que el propio Jesucristo alabara, figura en el ritual de la misa y se recita antes de la eucaristía por el oficiante y los fieles, y por eso afirmo con fundamento que la palabra dignidad es una de las más usadas. Además de esta mención evangélica y litúrgica, la palabra figura en la Declaración Universal de Derechos Humanos, donde se dice que es intrínseca a la familia humana, porque todos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos. Por tanto, nada tiene que ver, pese a la similitud fonética, con la indignación, que es el enfado, enojo o ira que provoca un acto que se considera injusto, ofensivo o perjudicial.

Por lo anterior, las marchas de la dignidad que han tenido lugar, como sus promotores las han venido llamando, no son tales, sino acaso marchas de indignados, porque nadie ni nada les ha privado de la dignidad que como humanos les corresponde. En las pancartas piden "pan, trabajo y techo" y lo reclaman con enojo e ira, por lo que, como digo, se trata de una marcha de indignados. Además, piden que se reforme la ley del aborto, que se someta a referéndum la monarquía, que no se pague la deuda, y no se recorte en sanidad y educación, y especialmente, que se vaya el gobierno del PP, cuestiones estas que nada tienen que ver con la dignidad.

Los españoles que nacimos antes de la mitad del siglo pasado estuvimos deseando la democracia casi medio siglo. Hubimos de esperar a la Constitución. Desde entonces, votamos a los que nos gobiernan. Con este sistema se siente uno tranquilo, aunque quizás no satisfecho, si no comulgamos con la ideología de los que nos gobiernan o nos parece que lo hacen mal. Pero no es admisible, por no ser democrático, que las decisiones adoptadas por los elegidos para tomarlas se cuestionen en la calle con manifestaciones violentas, aunque se convoquen como pacíficas. En la búsqueda de la dignidad, la violencia te convierte en indigno.

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