La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La felicidad de fundar un colegio con éxito en Sevilla
Como es ley, la semana pasada ha dejado más dudas que certezas. Por ejemplo: ¿se puede considerar como periodismo El Jueves? Hace mucho tiempo -mucho- que la publicación barcelonesa abandonó su espíritu satírico y libertario para convertirse en un mero y previsible panfleto de la izquierda más grasienta. No fue por maldad, lo cual tendría su gracia, sino por mera supervivencia. Los números no salían con la independencia punk de antaño. Aparte de su mal gusto, que llega a cotas francamente meritorias, El Jueves incita continuamente al odio hacia todo aquel que no entra por el aro del mainstream progre. Sus chistes sobre Ortega Lara, mofándose del largo periodo en el que ETA lo tuvo enterrado vivo, son de las cosas más miserables publicadas en los últimos tiempos. Aparte está el inmenso error de Vox al señalar directamente a una persona para ponerla en el punto de mira del primer zumbado que busque su minuto de gloria en los telediarios. Para esas cosas están los tribunales o la indiferencia. Gracioso fue, eso sí, ver como la cadena oficial de la siniestra hispana dedicaba su oración de todas las mañanas El Jueves como revista mártir. Hay devociones que te retratan.
Ayer mismo, en el lubricán de la semana, mientras luchábamos contra el levante, nos asaltó otro interrogante: ¿por qué la gran parte de los analistas políticos siguen observando con fascinación las jugarretas y traiciones de Pedro Sánchez? La esperada crisis de Gobierno, saludada por algunos como un trepidante golpe de guión, nos pareció una muestra clarísima de la impotencia de Pedro Sánchez, que le ha quitado al difunto Suárez su título de chuletón del Reino. Si había dos ministros que se merecían la visita del motorista eran el de Consumo, Alberto Garzón, y el de Universidades, Manuel Castells. Pero doña Yolanda Díaz le recordó a Sánchez que él sólo manda en su mitad del Gobierno. La morada, ni tocarla. El presidente pasó de su sarcasmo hiriente hacia las campañas vegetarianas de Garzón a tener que comérselo con papas. Mientras sus leales Ábalos y Calvo se tienen que ir a la santa calle, el jipichic de las verduritas puede seguir enganchado a las ubres del Estado. Sanchismo puro. "Los rojos no comen carne", dice Garzón, pero Sánchez, como un Saturno con gafas de sol, entre chuletón y chuletón, devora a sus propios hijos al punto. Las contradicciones de nuestro mutante Gobierno de progreso.
También te puede interesar