¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Florido erial
AYER, Bob Dylan cumplió 75 años. ¿Podremos agradecerle alguna vez a este hombre todo lo que ha hecho por nosotros? Incluso en sus peores discos, incluso en las canciones que apenas puede cantar porque tiene la garganta rota -cuántos cigarrillos, cuántas giras-, hay uno o dos momentos que sólo podemos definir como milagrosos. Y no hablemos ya de toda esa serie de descartes y de versiones alternativas que han ido saliendo a la luz en estos últimos años. Cualquiera de esos discos desechados u olvidados es mejor que el 90% de las cosas que se hacen ahora, por mucho que nos duela reconocerlo. Y da vergüenza pensar que Dylan era un nombre más o menos conocido en todo el mundo hasta hace unos años, ya que sus discos sonaban en radios y televisiones, aunque ahora haya sido sustituido en España por Bisbal y los reyes del reggaeton, o por Beyoncé y Justin Bieber en los Estados Unidos. Hace años les pregunté a mis alumnos de un college americano si sabían quién era Dylan, y la abrumadora respuesta fue que no. Y en cambio, todos sabían contar la vida y milagros de cualquier pelagatos.
Pero hay una faceta de Dylan que tiene interés incluso en el campo de la política (aunque él lleve muchos años desmarcado de cualquier pronunciamiento político). Sobre todo si pensamos en la peligrosa tentación que los populismos están ejerciendo sobre nosotros, y hablo de los dos populismos, el de la extrema derecha xenófoba y antieuropea y el de izquierdas encarnado en los movimientos comunistoides. En el fondo los dos populismos se parecen mucho porque son el mismo movimiento de pequeños burgueses enfadados y confusos que no saben muy bien lo que está ocurriendo y que tampoco saben muy bien lo que quieren. Pues bien, hay varios vídeos en Youtube en los que se ve a Dylan, en 1965 y 1966, abucheado en el escenario por sus detractores que no soportan su paso al sonido eléctrico. "¡Judas!", "¡Traidor!", "¡Vuelve a la canción protesta!", le gritan esas voces airadas desde el público. Pero Dylan hace un gesto despectivo y anima a su grupo -The Band, ni más ni menos- a seguir tocando lo que ellos quieran. "Olvidadlos".
He aquí una lección que deberían aprender nuestros políticos, que parecen dispuestos a bajarse los pantalones ante cualquier grito, por pequeño que sea, procedente del público. Muchas gracias una vez más, mister Dylan.
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