Esplendor de la Canina

EDITOR DE LA 'REVISTA MERCURIO'

Hace un año, en régimen de confinamiento duro, la Canina del Santo Entierro fue el único paso que discurrió alegóricamente por las calles muertas. Alegoría sobre alegoría. En las puertas de las iglesias y capillas, donde los titulares de las hermandades moraban en la oscuridad, hubo quien depositó ramos florales y coronas de claveles con cintas de aire tanatórico. En la plaza donde vivo, en la noche sedente del Jueves Santo, un vecino dio volumen a los altavoces para que todos escucháramos la marcha La Madrugá. Todo estaba oscuro y sólo titilaban en algún que otro balcón un candelabro de guardabrisas y la brasa furtiva de algún cigarrillo. Fue entonces cuando vimos pasar a la Canina. Arrastraba su peculiar donaire, al ritmo de la música solemne, mientras iba cumpliendo su itinerario por hospitales, residencias de viejos y empresas de pompas fúnebres. La vimos alejarse por entre el embudo de lo oscuro. Nos dejó, eso sí, una profunda emoción de cadáveres vivientes. Su estela nos dejó también su olor a crisantemos, a cardo borriquero y, también, a ungüento de mirra, áloe y nardo, que para eso estábamos en Semana Santa y así dicen los evangelios que embalsamaron al Cristo yacente.

En verdad nadie vio pasar a la Canina por nuestra calle, salvo modesto servidor, que disfrutó de su breve visita a título privado. A veces ciertos amigos confiesan medio en broma que echan de menos los días del confinamiento duro. No llega uno a tal extremo. Pero es verdad que hubo días memorables y estampas inolvidables, como la citada reseña sobre la querida Canina. Estos días de Semana Santa transcurren con rareza. Escuchamos en la radio las empalagosas crónicas sobre las hermandades desde sus templos. Da vergüenza ajena tanto ripio radiofónico. No es que nos alegremos de que no salgan las cofradías. Pero cuando escuchamos dichas crónicas es como si nos embadurnaran la cabeza y la espina dorsal con crema de petisú y tocino de cielo. Lo único que sí echamos de menos es la pasarela popular de la calle. El pasado Domingo de Ramos nos contentamos con algunas estampas que nos hacen querer a esta ciudad por encima de sus repelentes trovadores. Aunque con cuentagotas, vimos a la fauna autóctona en su esplendor. Hombres trajeados, niños peinados como en las fotos del Catecismo Escolar de la EGB, horteras con encanto, madres embutidas y faldicortas, periféricos y periféricas ataviados para la ocasión, contestatarios, personal sin identificar, etc. Igual que con la Canina, en todos ellos reconocimos un poco de nuestro propio rostro. A ver qué nos depara el Jueves Santo.

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