Europa y el virus

La pandemia ha hecho saltar muchas de las sensaciones de unificación europea

España ingresó en la Unión Europea en 1986. Y unos años después entró en vigor el acuerdo por el que muchos países europeos suprimieron los controles en las fronteras interiores. En la actualidad forma parte del Espacio Schengen casi todo el continente europeo: Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Hungría, Islandia, Italia, Letonia, Liechtenstein, Lituania, Luxemburgo, Malta, Noruega, Países Bajos, Polonia, Portugal, República Checa, República Eslovaca, Suecia y Suiza. Los países aplican normas comunes para controlar las fronteras exteriores y también en materia de visados y de cooperación entre los servicios policiales y judiciales en el ámbito penal. A partir de ese momento empezamos a apreciar de una manera concreta que Europa era algo más que un mercado y unas normas económicas. Entrar y salir de países sin trabas y visados facilitó la sensación europea para los españoles, que se reforzó con el Programa Erasmus que facilitaba la movilidad por toda Europa de los estudiantes universitarios. Nuestros hijos empezaron a hacer uso de esa movilidad y estudiaron uno o varios cursos de sus carreras en universidades europeas. Y España ha recibido miles y miles de estudiantes europeos en estos últimos treinta años. Después vino el euro y aún quedamos más vinculados unos y otros países en la suerte económica de una moneda única. Quizás ingenuamente, creímos que todos estos pasos firmes atenuarían las diferencias de todo tipo y el futuro de Europa sería claro y prometedor.

Pero la pandemia del Covid-19 ha hecho saltar muchas de esas sensaciones de unificación europea. La falta de movilidad y el confinamiento físico han hecho evidente todo lo que aún nos separaba y acentuado las diferencias. En vez de responder al desafío del virus como una entidad con criterios y normas unificadas, cada Estado buscó su solución. Descubrimos que no había un espacio sanitario europeo. Como una gran y perversa metáfora, cerramos las fronteras que habíamos eliminado en 1995 y un "sálvese quien pueda" sustituyó a nuestro orgulloso sentido eurocentrista.

La movilidad global y el turismo de masas habían sido un fuerte motor y hubo que parar. Meses después siguen siendo diferentes las normas, criterios y medidas de contención de la pandemia en cada Estado, departamento, autonomía o región. Y en cada comarca, ciudad o barrio y por sectores de la economía. Para mí todo esto es una cuestión incomprensible o es la dura realidad de una vieja Europa de países egoístas y entonces es mucho peor. La enfermedad y la muerte abruman, pero ¿cómo es posible que para proteger los edificios de los incendios y poder evacuar a las personas para evitar su asfixia y muerte, los criterios que se aplican en todo el mundo y desde luego en Europa sean prácticamente iguales y las normas muy similares? Cuando más facilidades tenemos para la comunicación, seguimos sin unas directrices únicas para combatir el enemigo común: el virus.

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