La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Demasiados niñatos en la política
Visto y oído
Me gustan las fiestas por lo que tienen de ritual. Si la fiesta es auténtica, afloran el sentimiento y la emoción. Si la fiesta es sólo espectáculo, a la larga cansa, porque el ritual es repetición, más de lo mismo. Se juntan las Fallas y la Semana Santa, todo en uno. Cosas de la luna llena. El dispositivo de TVE ha elegido Orihuela, a veinte kilómetros de Murcia y cincuenta de Alicante, para transmitir sus procesiones del Jueves y el Viernes Santo. Se lo toman en serio sus hacedores. Los de la tele pública. Prima la solemnidad. Conjugan el espectáculo con el sentimiento. Y llegan un escalón más alto, al de la fe. La voz de la transmisión corre a cargo del responsable de El día del Señor. Con eso está todo dicho. Por el contrario, las transmisiones de las Fallas que ofrece Canal 9, y se pueden seguir por todos los operadores digitales, son de traca. Durante quince años Paco Nadal contó las mascletás como si todas fueran la misma. Ahora le emula Julio Tormo. Charlatanes de feria al lado de los cuales Jordi Hurtado es un dechado de fondo y hondura. Por si fuera poco, cuando acaban los disparos, por la megafonía de la plaza suenan las notas de un pasodoble de cassette de gasolinera, chabacano, que ya quisiera tener el gracejo del Chiki Chiki. ¿Cómo Alcoy va a reconocerse con eso? No me extraña que miren a Cataluña. Sus moros y cristianos, ritual puro, sentimiento puro, tienen el nombre de Sant Jordi. Más claro, agua. Me gusta tanto esto de las fiestas que hace tiempo escribí Cien entradillas para salir del paso en fiestas. Una venganza para demostrarme que puedo hacer las labores de esas periodistas títere que hablan con el piloto automático y cobran su nominaza. Las veo por la tele y no se salen ni una coma de mi guión paródico. Sin pudor. Sin emoción. Sin sentimiento. Qué pena.
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