Análisis

Fernando Faces

G20 de Seúl: ¿Plan de acción o de intenciones?

Está emergiendo un nuevo orden económico, social y político mundial, que no puede abordarse con obsoletas organizaciones multilaterales · Necesitamos políticas globales y no la imposición de los intereses nacionales

14 de noviembre 2010 - 01:00

COMO era de prever, la guerra de divisas ha acaparado las discusiones del G20 restando protagonismo al resto de los temas de la agenda de Seúl. El G20 se está viendo desbordado por la capacidad de generación de nuevos escenarios -crisis de la deuda pública y reciente guerra cambiaria- de una crisis mutante. Mientras se reunían los grandes mandatarios en Seúl, la deuda pública irlandesa volvía a entrar en un nuevo episodio de crisis que se contagiaba instantáneamente a otros países como Portugal, Grecia y España. Las declaraciones de Angela Merckel insistiendo en la necesidad de que los inversores privados soporten el coste de rescate de la deuda y el simultáneo convencimiento de que tanto Irlanda como Portugal acabaran necesitando una reestructuración de su deuda provocaban una nueva desbandada de los inversores. La repercusión en los mercados financieros era inmediata en las cotizaciones de los bancos, en el euro, en las materias primas y en el petróleo.

La fortaleza de la Unión Europea sigue amenazada y la reciente expansión monetaria de EEUU con la consecuente depreciación del dólar está motivando un intenso flujo de capitales hacia los países emergentes, obligándolos a defenderse mediante la manipulación del valor de sus monedas y la introducción de trabas a la entrada de capitales. Los desequilibrios globales, internos y externos, que fueron causas de la crisis siguen aumentando. EEUU continúa exportando inflación a los países emergentes, a través de la expansión monetaria y la debilidad de su moneda. Si los países del G20 no dan soluciones a este problema global, mediante la coordinación de sus políticas económicas, la próxima burbuja a explotar será la de los mercados bursátiles e inmobiliarios de China y otros países emergentes, lo cual conduciría al mundo a una segunda fase de la recesión todavía más profunda. Prueba de esta preocupación es la reciente subida de tipos de interés y de coeficiente de caja que China ha acometido para evitar el recalentamiento de sus mercados financieros e inmobiliarios y de bienes y de servicios.

Ante este cambiante e inestable escenario, los países integrantes del G20 se han esforzado en llegar a un acuerdo que devuelva la confianza a los mercados financieros, esfuerzo que queda recogido en el comunicado de 20 puntos dado a conocer el viernes, el Plan de Acciones de Seúl. Un plan que más que de acciones es de intenciones. Un acuerdo de mínimos para poder llegar al consenso.

Un acuerdo en el que los países se comprometen a no practicar devaluaciones competitivas, y que sea el mercado el que determine el valor de sus monedas. Ante la imposibilidad de llegar a objetivos cuantitativos sobre los desequilibrios de sus balanzas de pagos, como había propuesto EEUU, los países del G20 han encargado al FMI la elaboración de indicadores o guías orientativas que permitan la evaluación mutua de los desequilibrios internos y externos, lo cual permitirá vigilar y exigir acciones preventivas y correctoras, y que serán aprobados en la próxima reunión del G20 en Francia.

El comunicado también insiste en combatir cualquier brote de proteccionismo comercial, impulsar el proceso de liberalización del comercio internacional, así como en animar a los países con baja competitividad a que adopten las oportunas reformas estructurales.

Aunque sea de pasada, el acuerdo de Seúl vuelve a insistir en avanzar en el consenso para detener el cambio climático, así como en la necesidad de acometer un Plan de Acción para el Desarrollo que proteja a los países menos desarrollados de los efectos empobrecedores de la crisis para conseguir un crecimiento inclusivo y compartido, aunque no se especifican cantidades ni acciones.

En lo que sí ha habido un acuerdo unánime, sin tensiones ni enfrentamientos, ya que venía previamente consensuada, es en la reforma del FMI y en las nuevas normas bancarias recogidas en el acuerdo de Basilea III. La reforma del FMI recoge la realidad del nuevo orden económico internacional, en el que los países emergentes tienen un mayor peso económico y geopolítico. Dichos países elevan su participación al 6,5% y China se sitúa como tercera potencia mundial. España también escala posiciones.

Basilea III recoge las nuevas necesidades de capital que se exigirán a la banca tanto en cuantía como en calidad de activos, con un amplio calendario para su implantación hasta 2019, dado que su implantación inmediata sería imposible, ante la situación de debilidad de solvencia y liquidez que actualmente padece la banca internacional. Con ello se pretende reforzar la solvencia y la capacidad de respuesta de la banca ante futuras crisis. Los estándares exigibles de liquidez y apalancamiento de los bancos todavía no están totalmente definidos, habiéndose establecido un amplio periodo de prueba hasta su definitiva implantación. La definición y determinación de que bancos van a ser considerados como sistémicos, por ser lo suficientemente grandes como para no poder dejarlos caer, y las mayores exigencias de regulación y de capitalización que se les pretende imponer, también han quedado pospuestas para el próximo G20 a celebrar en 2011 bajo la presidencia francesa.

Un nuevo orden económico, social y político mundial esta emergiendo, que no puede abordarse con las obsoletas organizaciones multilaterales surgidas tras la Segunda Guerra Mundial. Un mundo global que implica nuevas políticas y organizaciones globales, aunque en estos momentos, en la salida de la crisis, estén predominando las acciones e intereses nacionales. Es la gran tarea a abordar por los gobernantes del siglo XXI. La pregunta que nos hacemos los ciudadanos es si estarán a la altura de las exigencias de los escenarios extremos que les ha tocado dirigir y gobernar.

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