Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Como Gabilondo

Muchos de los que se pirran por opinar deberían preguntarse antes si su opinión interesa a alguien

Dada la celebridad y notoriedad -y también influencia- del periodista Iñaki Gabilondo, su retirada del mundo opinador ha tenido mucho eco. Lo hace porque, según él mismo, está "empachado". Y ayer, en El País, lo deja claro: "Me cuesta muchísimo opinar".

Hago mía la frase. Por lo que se ve alrededor, debemos ser una minoría. A casi todo el mundo le pirra opinar, quiere opinar, tiene que opinar. Lo cual está muy bien, pero estaría mucho mejor si toda esa gente se preguntase antes de hacerlo si los demás están interesados en su opinión (esto redundaría de forma muy beneficiosa en un agradable silencio y una reflexiva calma impagables no sólo en los medios de comunicación, sino también en el autobús y en el bar y en la consulta del médico y en la cola de la compra, lugares todos ellos infestados por la pandemia de opinadores).

Con un descarado ventajismo por mi parte -lo sé- al aprovechar que esta opinión no va a ser tenida en cuenta ni medio minuto, opinaré que reduciría el espacio de Opinión de los periódicos, limitándolo al editorial y a algún invitado de postín y con categoría. Las tertulias de las emisoras de radio y cadenas de televisión las eliminaría sin más. No sirven absolutamente para nada. Pero, ahora que lo pienso, creo que es ahí donde radica precisamente su plena vigencia, como ocurre con tantísimas otras cosas en la vida. Las tertulias están prefabricadas, encorsetadas por un guión, no hay ninguna espontaneidad. ¿Qué clase de tertulia es ésa? Su razón de ser es una actualidad manufacturada de antemano en un 90%. Por lo demás, jamás he hallado aliciente en ver y oír discutiendo acaloradamente a unos cuantos obcecados en que su opinión sea la fetén, verdadera, única y, ¿por qué no?, también trina.

Este vendaval opinador nace del manoseo del concepto de libertad de opinión y de expresión, que cada cual amasa a su gusto. El resultado no es que provoque indigestión, como a Gabilondo. Causa una enorme fatiga. Salvo escasísimas excepciones, la opinión ha derivado en un opinismo flatulento cuya pirosis chivatea la dieta del opinante. Unos comen con la derecha, otros con la izquierda y hasta los hay que se atiborran de la grasienta casquería ultra de la una o de la otra. El mantel queda al final del día hecho unos zorros, estampado con los lamparones que han dejado todos.

Sin duda, yo habría dejado el mío aquí hoy con -pongamos por caso- eso de que Utrera Molina fue "un populista en el buen sentido del término". Vale. O sea, que después de todo este tiempo leyendo y oyendo cómo se brea a los populistas de uno y otro bando resulta que los hay enrollados. Y en este caso un prócer del franquismo. Pero ya paso de opinar sobre esa suavizante marea revisionista de la dictadura. ¿Para qué? Me ocurre lo que a Gabilondo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios