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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Gigantismo festivo

¡Con qué lujuria tropical crecen, se inflan, hinchan, multiplican, estiran, alargan y agigantan las fiestas en Sevilla!

En el final de La caída del imperio romano, Sofía Loren vaga desesperada por las calles de una Roma sumida en un carnaval enloquecido mientras se lamenta: "¡Dioses de Roma, vuestro imperio ha muerto! ¡Pueblo de Roma haz sonar la alarma, han robado nuestro mayor tesoro, nuestra gloria, nuestro juicio! ¡Pueblo de Roma, llorad! ¡Están ciegos, están sordos! ¡Llorad, llorad la caída de Roma!".

Exagerando un poco, sólo un poco, me sentí así alguna tarde de las pasadas Navidades. No sólo por las mareas de las multitudes nativas y turísticas, sino sobre todo por los delirios locales en forma de pajes, heraldos, beduinos, reyes y charangas… ¡Sin que faltara hasta una procesión liliputiense! Y todo, días antes de que saliera la Cabalgata de verdad, que es la del Ateneo, el día que le corresponde, que es el 5.

¡Con qué lujuria tropical crecen las fiestas en esta ciudad! ¡Cómo infla, hincha, multiplica, alarga, estira y agiganta Sevilla sus celebraciones más o menos tradicionales! Ya no hay un cartero real y tres Reyes Magos, sino decenas de ellos escoltados por cientos de beduinos con sus correspondientes bandas interpretando repertorios desconcertantemente parecidos a los que tocan en Semana Santa. La práctica del rezo del Santo Rosario casi ha desparecido, pero los rosarios de la aurora se multiplican como hongos. Casi nadie reza ya el Via Crucis, pero además del que organiza el Consejo -perfectamente prescindible, por otra parte- hay casi tantos como hermandades. La Semana Santa -y mira que su nombre lo deja claro- ya no dura siete días, sino nueve. Los cortejos -en tiempos no precisamente muy dados al fervor religioso o la piedad popular- se han cuadruplicado o quintuplicado sin guardar proporción con el estancado crecimiento de población de la ciudad. Las bandas tienen más músicos que una orquesta sinfónica. Y tampoco se salva la fiesta profana: la feria ya no empieza el martes sino el sábado anterior.

Dicen que esta riada folclórica y este tsunami cofrade puede servir de evangelización a través del costal y la trompeta. Lo que yo te diga. A mí me suena más a ese final de La caída del imperio romano. O, por desgracia, al desfile que cada día cierra las atracciones de Disneylandia, celebrado en una ciudad convertida en parque de atracciones con la Catedral y la Giralda como castillo de la Bella Durmiente. El crecimiento desmesurado es una enfermedad llamada gigantismo.

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