Estábamos rotundamente a favor de querencia y disfrutando en completa libertad de un ambiente entrañable. Hacía frío en la calle y bastante calor en el patio del abarrotado casino de Cazalla. El motivo de esa vivencia era el de hablar de toros sin complejos, en absoluta libertad, sin tener motivos con que avergonzarse. Hablar de toros en estos momentos no crea usted que resulta tan fácil, pues la fiebre absurdamente animalista que nos invade se mezcla con ese afán de atacar a cuanto suene, huela o sepa a España. Y acudimos a la convocatoria de ese cazallero de adopción que es Carlos Navarro para escuchar primero y departir después con El Cid y con Joaquín Moeckel, un torero que vuelve movido por la nostalgia y un abogado sin pelos en la lengua que dice lo que piensa tras pensar lo que va a decir. Y todo sin complejos, en absoluta libertad, como debe ser.
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