La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Humildad y Paciencia: la devoción

Un modesto y pequeño Cristo anónimo del siglo XVI inflama el afecto de piedad y hace correr las lágrimas

La edad de oro de la imaginería va del Cristo de los Cálices en 1603 al Cachorro en 1682, con el prólogo de los crucificados de Burgos y la Expiración del Museo en el último cuarto del siglo XVI y el epílogo de Hita del Castillo, Duque Cornejo y Montes de Oca en el XVIII. En ese siglo prodigioso, que fue también el de Murillo, Velázquez y Zurbarán, la maestría se puso al servicio de la experiencia religiosa haciendo visibles y emocionalmente comprensibles –“el corazón tiene razones que la razón no entiende”, escribió el coetáneo Pascal – los más complejos misterios sagrados, de tal forma que todos, desde los más cultos y eruditos a los más sencillos y menos ilustrados, comprendieran sin comprenderlos –“grandes cosas entendí toda ciencia trascendiendo”– dichos misterios.

Montañés esculpió con la hondura introvertida de la teología, Mesa y Gijón con la fuerza extrovertida de los predicadores, Ocampo con la ascesis de la mística, Roldán con la dulzura de la piedad como experiencia afectiva de Dios. En todos los casos la maestría se puso al servicio de la expresión de los misterios sagrados. En este supeditarse a un fin más alto que el arte mismo, convertido en vehículo de algo que lo trasciende, está la clave que hace distinto el arte religioso de cualquier otro. No basta solo la maestría. Hay obras formalmente perfectas que no conmueven el alma, no convierten los corazones, no estimulan la oración, no logran la conmoción que a San Agustín le hacía sentir la música puesta al servicio del culto: “¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas”.

Al igual que hay obras maestras que no logran que la verdad se derrita en el corazón, hay obras de tosca resolución formal que sí lo logran, dotadas de una honda unción sagrada que permite la elevación y de una humanidad que permite la identificación. En ellas la intención devota supera las limitaciones de sus autores. Hoy está en besapié un modesto y pequeño Cristo anónimo del siglo XVI hecho con telas encoladas que tiene la capacidad de inflamar el afecto de piedad y hacer correr las lágrimas. Es Humildad y Paciencia. Un triunfo del espíritu sobre la forma. El arte arrodillado.

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