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Tantas Judiths

Esta semana, al hilo de 'Una habitación propia', me habría gustado contarle a su autora que las puertas se van abriendo

Gracias a una entrevista con la bailarina Natalia Jiménez, que presenta este fin de semana Woolf en el Central, me adentro de nuevo en las páginas de Una habitación propia y leo las lúcidas reflexiones de su autora con desasosiego. Judith, esa hipotética hermana de Shakespeare que se inventa Woolf, que no pudo desarrollar unas facultades idénticas a las de William, no está tan lejos, en su falta de oportunidades, de lo que nos gustaría creer. Su historia me lleva a pensar en las narradoras del siglo pasado que recoge Vindictas, la antología que publicó la Universidad Nacional Autónoma de México junto a Páginas de Espuma, un mapa secreto de la literatura latinoamericana: ellas sí pudieron publicar, y alguna obra suya dejó huella en los lectores, pero sus libros se volvieron inencontrables y, como lamentaba Socorro Venegas, responsable de aquel proyecto con Juan Casamayor, no se volvió a saber de ellas, su recuerdo no perduró en las bibliotecas ni en las librerías ni en los programas académicos.

Hace un par de años, tal vez lo haya contado por aquí pero lo rescato ahora como si se tratara de un hermoso desagravio a aquellas creadoras silenciadas, dos amigos celebraban sus cumpleaños y les regalamos unos cuantos libros. Me tocó elegirlos a mí, y seleccioné algunas obras que me entusiasmaban: sólo después de entregados aquellos presentes caí en la cuenta de que las novelas y los poemarios estaban firmados, todos, por autoras. No puedo precisar ya, exactamente, de qué títulos se trataba, pero supongo que estarían entre esos paquetes volúmenes de Joyce Carol Oates o Alice Munro, de Chimamanda Ngozi Adichie o Delphine de Vigan, de Idea Vilariño o Piedad Bonnett, voces a las que venero en mi santuario particular. Me gustaría ver en esa lista un reflejo de que el talento se impuso finalmente a los obstáculos.

Esta semana, al hilo de Una habitación propia, habría querido contarle a su autora que las puertas se van abriendo poco a poco: que, por ejemplo, décadas después de esas Vindictas las autoras latinoamericanas acaparan un reconocimiento que lleva a la esperanza; o que la última sensación literaria en España, La señora Potter no es exactamente Santa Claus, una de esas ficciones que uno abraza como un refugio, la firma otra escritora, Laura Fernández. Y le añadiría que algo empieza a moverse también en el cine: que mi película favorita de 2020, First Cow, es de una directora, Kelly Reichardt, y la de 2021, El poder del perro, de otra, Jane Campion.

Hoy no se daría ya esa escena de Una habitación propia que evocaba Natalia Jiménez en su charla, en la que un bedel reprende a Woolf por ser mujer y caminar sobre la hierba del college, un privilegio limitado a los hombres. Quiero imaginar que, hoy, Judith pisaría aquel césped segura de sus pasos.

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