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Juguetes, un trauma

Contemplar, como ahora, los juguetes de antaño es como volver a la casa y al dolor

En los días que llevan al oro, el incienso y la mirra, uno va notando como una especie de contrariedad interior. Mitad reconcomio, mitad placidez. Podría ser la nostalgia. Dice el filósofo Diego Garrocho que la nostalgia idealiza el tiempo perdido, altera la realidad y crea "una disonancia cognitiva". Decía también no sé qué bardo, cuyo nombre he olvidado, que había malgastado el tiempo y que ahora, convertida la vejez en un consomé, era el tiempo el que lo malgastaba a él. Si hay algo más silencioso que el silencio mismo es la injuria del paso del tiempo. La víspera del día de Reyes, pese a que nos venza el descreimiento por casi todo, nos regala un armisticio amable. Puede que sea la citada nostalgia, como la que nos gana cuando vemos juguetes de otra época. Nos retrotraen al tiempo inviolable, cuando fuimos niños y administrábamos la inocencia igual que el óbolo que recibíamos como paguita semanal. Cuando cumpla 33 años, la criaturilla que ahora se halla en un mechinal de Belén, bendecirá la niñez y la defenderá, si es preciso con la espada, a quien ose mancillar su halo de tul blanco.

Hasta mañana, día de la cabalgata, puede verse en el Círculo Mercantil la exposición Juguetes de nuestra infancia. La muestra se organiza en cuatro espacios ordenados por épocas pasadas. No es que queramos ser petulantemente exagerados. Pero contemplar, como ahora, los juguetes de antaño es como volver a la casa y al dolor. Dice la filósofa Barbara Cassin que el médico suizo Jean-Jaques Harder unió estas palabras -casa y dolor- para acuñar el término Heimweh. Significa la vuelta al hogar y promete una recompensa. En la exposición del Mercantil uno se desagravia a sí mismo. El pasado nunca debiera servir de edulcorante. Pero casi todos los nacidos en la era analógica nos recordamos jugando, unos con el Madelman de turno (o con el Geyperman más cachas); otros con el Scalextrix (o con el sucedáneo de las pistas de coches TCR), y la mayoría -y si los padres podían costearlos- con los Juegos Reunidos Geyper, la Nintendo, el Exin castillos o el precioso Ibertren. Hablo con evocación de género porque fui niño y no niña (que yo sepa al menos), sin saber que a lo mejor estaba incubando a un potencial sujeto dominado por la diminuta pilila (o sea, un machista y un violento en ciernes). Nadie habla de otras violencias, como la violencia de los destrozos, pues ya no existen las jugueterías que forjaron más de una crianza, como la juguetería Cuervas o 7 Cuevas. Entre escombros aún rebrilla el oro y nos llega, lejano, el olor, el humus del incienso y la mirra. Felices Reyes.

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