NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Los profesores recuperan el control de las aulas
SÉ, Esperanza, la guardiana y defensora de la inocencia de la risa de mi nieto y la luminosa limpieza de la mirada de mi nieta, nazarenita tuya, y de todos los niños. Puede que la vida mate esa inocencia y apague esa luz. Pero tú resucitas inocencias y devuelves la pureza niña a las miradas. Una y otra vez, incansablemente, inocencia imperecedera e inextinguible luz de nuestras vidas. Una inocencia y una pureza no beatas, no resguardadas tras un fanal, no al margen de la vida: mantenidas en medio de ella, sabiendo cuanto hay que saber y viendo cuanto hay que ver, sin que nada te asuste, como tus Hijas de la Cruz, manos de la Esperanza, se echan al mundo afrontando toda su carga de dolor y pecado en las clausuras portátiles de sus hábitos.
Nada se oculta a tu mirada, Esperanza. Todo lo comprendes. Por mucho que las circunstancias nos maltraten o nosotros nos maltratemos, por mucho que nos equivoquemos y pequemos, por muy hundido dentro de nosotros, perdido, olvidado, que esté el niño que fuimos, tú, Esperanza, absuelves, purificas, iluminas, devuelves la inocencia. Aunque solo sea –¡cuesta tanto cambiar, es tan cuesta arriba a veces la vida!– durante ese instante en que frente a ti lloramos sin querer llorar, involuntariamente, inconteniblemente, culpas que no queremos confesar; no movidos por nuestra voluntad de arrepentimiento sino por algo que se nos rompe por dentro al verte: la vida como hubiésemos querido vivirla, querer como hubiésemos debido querer. Son redentoras estas lágrimas por ti suscitadas, ante ti derramadas y por ti bendecidas con las que absuelves a cuantos ante ti lloran sin querer llorar. Para después, tantas veces, volver pecar por necesidad, debilidad o rutina. Pero llevando por dentro una chispa de tu luz y una caricia de tu consuelo. ¿Quién que tenga los años suficientes no vio estas lágrimas al final de la Correduría, cuando pasaba la Macarena por la Europa gritando a los beatos “misericordia quiero, no sacrificios”?
Encuentra a los perdidos, Esperanza, da tu luz a los que viven en oscuridad para que sepan que existe, que hay perdón, y acogimiento, y ternura, y confesión del llanto, y absolución de las lágrimas. Y guarda y defiende, te lo suplico, la inocencia de la risa y la luminosa limpieza de la mirada de los niños. Para que no tengan que llorar esas benditas, pero tan duras, lágrimas que ante Ti lloran sin querer llorar los que mucho sufren o mucho pecan.
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