La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Maíllo retorna a los brazos de Cicerón

En la política española en general se está produciendo un relevo generacional acelerado

Maíllo se vuelve con Cicerón, a dar clases de Latín, a enseñar a declinar, a traducir, a instruir a los alumnos para que desarrollen todas las habilidades del cerebro, que para eso, entre otras muchas cosas, sirven las lenguas clásicas. Como las Matemáticas. El político de izquierdas reconocido por la gente de derechas dice que se puede luchar contra el sistema, pero no contra la biología. Nada que objetar a lo segundo, pero sí a lo primero. Maíllo ha estado en el sistema, perfectamente integrado y con un sueldo merecido. Lo mejor es que da una lección de retorno a su trabajo, algo que muchos de sus compañeros de hemiciclo no se pueden permitir, porque no tienen dónde regresar, o porque están atrapados por la comodidad del coche oficial, dicho sea en sentido literal y en el figurado. El amigo del cura Chamizo, el aficionado a los cocidos, el viajero habitual al teatro romano de Mérida los días de representación, se vuelve al instituto de Aracena. La parte negativa es que la izquierda pierde fuste intelectual sin Maíllo en las Cinco Llagas, se queda huérfana de un discurso bien hilado, se vuelve más asamblearia, adolescente y acentúa el estilo de muchachada de barrilada al salir de clase. Quizás ocurre que en la política española en general se está produciendo un relevo acelerado y el desembarco de la generación de las redes sociales. El perfil de Rajoy tiene poco que ver con el de Casado. El de Julio Anguita nada con el de Alberto Garzón. Y el de Rubalcaba está muy lejos del de Pedro Sánchez. La biología será una razón, que tarde o temprano a todos nos incumbe, pero mucho peor es cuando a uno le dejan de compensar ciertas actividades, cuando ya no se identifica con el colectivo del que forma parte, cuando ve el horizonte borrascoso. Y, sobre todo, cuando no tiene necesidad de hocicar para llevar un sueldo a casa. Me inspira confianza que Maíllo retorne al ejercicio de su profesión, como otros hicieron antes. Siempre tiene algo de belleza comprobar la fuerza de la vocación, tener claro que la política no es un medio de vida al que atornillarse al precio que sea. No entiendo los casos de magistrados que no vuelven a su trabajo ni a tiros, ni los de los políticos recién salidos del despacho oficial y que se colocan en un plisplás en otro de alta influencia de la empresa privada por mucho que tengan la compatibilidad firmada. Me quedo con Gerardo Iglesias, secretario general del PCE, cuando se volvió a la mina, Amalia Gómez a las aulas del instituto y Adolfo González a sus clases de la Universidad. Cicerón, además, sigue muy vivo. Sólo los grandes le ganan la partida a la biología.

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