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Marchas para el cerebro

¿Y si un toque virgueril y mosquitero de corneta fuera un estímulo para el cerebro? Dejemos que la ciencia actúe

Dicen ahora que el reguetón, esa atroz tortura, estimula más el cerebro que la música clásica y la electrónica. Así lo avala un estudio del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria de Tenerife. No nos habría extrañado si dicho estudio canario hubiera avalado que la explosión de fantasía de las Drag Queen aviva las regiones cerebrales del personal para contento del patrimonio etnográfico de las islas. Súmese usted al universo Drag Queen y gane en androginia y en musculación cerebral. No nos habría extrañado, decimos, que esto fuera posible. Pero jamás habríamos pensado que el reguetón, ese émbolo infame, tiene beneficios que producen salud y oxigenación al planeta más fascinante que el hombre alberga en el cráneo.

El neurocirujano Jesús Martín-Fernández refuta así las conclusiones anteriores de la Universidad de Helsinki. Estudiantes fineses de posgrado concluyeron en 2018 que el reguetón produce letargo en la masa encefálica, lo que podría llevar a un deterioro cognitivo prematuro. A mayor masa fálica, menor masa encefálica. Es lo que el activo mundo por la igualdad se apresuró a decir por entonces (como bien sabemos el reguetón suele acompañarse de cierta estética machirula). Sin duda los gélidos fineses estaban equivocados. Así pues, el reguetón resulta ser un ejercicio cerebral más completo que hacer la lista de la compra, memorizar las medidas anti-Covid por autonomías o contar el número de fulares que gasta el secretario general de la UGT Pepe Fernández.

El estudio se ha realizado con personas sin formación musical. Lo curioso es que la letra de las canciones fueron eliminadas para comprobar que el triunfo machacante de esta música provoca la citada activación que podría contribuir a la lucha contra el aterrador Señor Alzheimer. Concluimos con desazón que ni Vivaldi ni la Pasión según San Mateo de Bach producen en la sesera el bienestar que creíamos. Ni la guitarra para fado, ni la música popular griega, ni el rebetiko, ni el turbofolk yugoslavo. Ni siquiera la música electrónica, todo lo que va desde Depeche Mode hasta el hoy celebérrimo David Guetta.

Sugiere el doctor Martín-Fernández que la fascinante relación entre música y cerebro debe avanzar aún más. Proponemos humildemente desde aquí que pruebe con marchas procesionales de Semana Santa, en especial con las composiciones para cornetas y tambores. ¿Y si un toque virgueril y mosquitero de corneta fuera un estímulo para el cerebro? No descartemos nada y que la ciencia actúe. Pero uno ya imagina a la materia gris meciéndose, gozosa ella, de costero a costero.

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