La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Las zonas prohibidas de Sevilla
Extrañeza, pero no desmesurada la que me ha causado la salida de Marcos Álvarez del Betis. Ahora bien, no creo que sea provechosa para el club esa medida, sobre todo por la baja dosis de sangre verde que se respira en el vestuario. No me ha extrañado demasiado porque la verdad es que Marcos estaba ahí como metido con calzador, lo que se notó mucho más en el tiempo nefasto de Rubi como entrenador del primer equipo verdiblanco.
Marcos es de lo poquísimo con ADN bético que quedaba en el vestuario, para el recuerdo queda la arenga que dio al alimón con Tomás Calero tras el calentamiento la noche del 3-5 en Nervión. Por ahí es por donde puede ser negativa su marcha, ya que archisabidas son las graves carencias del club a la hora de enardecer a la tropa. Dicho lo cual hay que convenir que en estos tiempos, los entrenadores quieren contar con gente de su confianza y Pellegrini tiene a los suyos.
Marcos, insisto, es una pérdida indiscutible y ojalá tenga ocasión de volver a donde él más disfruta, pero no es ilógica su defenestración. Llegó con Poyet y ahí sí que tuvo vara alta, luego Víctor impuso a Nacho Oria y ahí anduvieron ambos, Marcos y Nacho, compartiendo la función del apartado físico. Más adelante, Setién y su guardia pretoriana con Eder Sarabia de mano derecho y un Fran Soto en el aspecto físico que acogió a Marcos con bonhomía y buen rollo.
Con Rubi nada fue igual y con la llegada de Pellegrini se le estrechaba tanto el hábitat que se quedó sin sitio. Particularmente, creo que no hubiera sido un despropósito mantenerlo en el club y matar dos pájaros de un tiro, uno sería el de contar con un hombre de la casa que supervisase el trabajo de cantera y otro, quizá clave, el de mantener algo del ADN bético que tan necesario es para que el personal no se adocene. Y con pena, a Marcos le deseo toda la suerte del mundo.
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