Debe estar hecho de materia indestructible el Real Betis Balompié para haber sobrepasado el siglo y aquella frase de mil veces alanceado y nunca muerto cobra cíclicamente vigencia. La sentencia la gestó un gran bético como el coriano Andrés Martínez de León poniéndola en boca de Oselito, el personaje principal de sus historietas costumbristas, y lo cierto es que viene al pelo a cada instante, como si no pudiera faltar a su cita con la vida bética.

Y cuando creíamos que el Betis con su campo maravillosamente resuelto, con la gestión más racional desde Villamarín a estos días, con el retorno del brujo balear que le cambió la historia un par de veces, con futbolistas de élite y un entrenador que proponía un juego atractivo jamás sería alanceado, resulta que estábamos equivocados. El Betis, por siempre y para siempre Real Betis Balompié, no está hecho para la vida tranquila y los demonios familiares hicieron el resto.

Hicieron el resto para articular un caldo de cultivo ideal para generar una ciclogénesis explosiva que se ha instalado en una clientela rica en tontos útiles que hacen el caldo gordo al enemigo. Lo primero fue ir socavando la figura del entrenador hasta conseguir que el estadio fuese un avispero para una convivencia complicada. Y como desde dentro del club no surgió el antídoto para el problema, pues ese problema se hizo cisma hasta enquistarse poblando de piedras el tejado propio.

Se fue el entrenador aunque la dirección no quería, el brujo balear fue cuestionado desde la cúpula y he ahí un escándalo desproporcionado que tiene en vilo el día a día de la institución. Paralelamente, los ladridos se oyen cada vez más cercanos, ladridos identificados que hasta convocan a un escrache contra el poder establecido. Son algunos serristas que bien lucharon en su día para impedir su vuelta. Y en el corazón de todo, una gran víctima, Real Betis Balompié.