La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Náufragos del GPS

El nativo rescatador salva a los turistas náufragos cuyo navegador les ha llevado a un laberinto de imposible salida

Los vecinos de las partes más laberínticas del centro nos hemos convertido en rescatadores de náufragos del GPS. Este invento está muy bien a condición de que, como sucede con todas las humanas invenciones, sea utilizado con cautela y sin abdicar de lo que nos diga la vista. No es prudente fiarse a ojos cerrados de lo que el ingenio humano produzca. De vez en cuando vemos en los informativos un camión atrapado en la calleja de alguna ciudad cuyo casco antiguo es para los navegadores -oportuno nombre- como un mar de arrecifes y estrechos canales en los que es fácil encallar si se siguen cartas de navegación erróneas. En este caso, esas cartas son los navegadores. Indican, es cierto, el camino más corto para llegar a algún sitio. Pero no tienen en cuenta ni el laberinto de las calles, ni su estrechez, ni las direcciones prohibidas.

Va el nativo rescatador de turistas náufragos y se encuentra con un desesperado al que su navegador ha llevado a un laberinto del que le resulta imposible salir. Si tira por allí no cabe o no tiene la habilidad del lugareño para hacer la maniobra. Si tira por allá vuelve al punto de partida. El rescatador le indica una salida, practicable pero no tan fácil como el turista náufrago desearía, que le llevará a la ansiada mar abierta de las calles anchas en las que el GPS le puede conducir sin meterle en trampas.

Uno de los puntos trágicos es el laberinto de estrechos canales comunicantes que va de San Isidoro a la Catedral. Pasan la parroquia. Llegan a San Alberto. Doblan con fatiguitas en el bar Estrella (cuando no toman a la izquierda y se meten en Pajaritos para constatar que es una calle sin salida). Y se desalientan al llegar al cruce de Bamberg con Argote de Molina que se les representa como imposible de sortear a causa de la estrechez y la alineación irregular de las casas. Si tienen suerte, un rescatador les indicará el camino del mar abierto del Arenal vía Abades (eso sí, sorteando el escollo del cruce), Segovia, Alemanes y García de Vinuesa o cómo llegar a la bahía de la Puerta de la Carne vía Corral del Rey (superando la estrechez de su desembocadura en Cabeza del Rey Don Pedro), Muñoz y Pabón y San José. Y el rescatador, sintiéndose un remolcador de cabotaje, se marcha tan satisfecho de haber impedido que al conductor le dé un sopitipando y se linchara al desdichado que manejaba el navegador.

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